No hace mucho leí una noticia que me consternó, el fallecimiento de una enfermera que más allá de su profesionalismo, entrega y dedicación a su carrera, nos dejó una lección de vida, humanismo y amor al prójimo.
No hace falta haberla conocido para saber que era una mujer extraordinaria. El entregar su vida por intentar salvar a los recién nacidos que se encontraban en el área de cuneros del Hospital Materno Infantil de Cuajimapla, D.F., habla de la elevada calidad humana de la enfermera Ana Lilia Gutiérrez Ledesma.
Heroínas como ella, estoy seguro existen miles. Conozco muchas, ¡muchas!, la mayoría de ellas en el Seguro Social de Tepic, de Guadalajara, de Ahuacatlán y de Ixtlán.
Ocultas tras su cofia, día con día y hora tras hora, como Ana Lilia lo hizo, luchan para llevar alivio a los enfermos con sus cuidados, con sus palabras de esperanza y aliento o con su firmeza y valentía para, muchas veces contra nuestra voluntad, levantarnos de la postración a la que una enfermedad nos somete.
Las enfermeras, son las primeras en recibirnos, en valorarnos; son las que nos atienden en nuestra recuperación, las que nos proporcionan el auxilio para rehabilitarnos; son el soporte psicológico de nuestros familiares y amigos.
Además, hacen milagros con los escasos recursos que tiene a la mano. Escasos, gracias al caduco sistema gubernamental y político que tenemos, a las décadas de olvido del sistema de salud pública.
Enfermeras, que después de cumplir con la alta responsabilidad de procurar la vida, deben cumplir con las responsabilidades que conlleva ser mujer: son madres, esposas, hijas, muchas de ellas, el único sostén del hogar.
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Celosas de su trabajo —por la responsabilidad de tener a cargo vidas humanas— en ocasiones nos parecen insensibles, duras, intolerantes. Nada más alejado de la realidad, son exactamente todo lo contrario, acaso son estrictas, metódicas, disciplinadas.
Ser enfermera o enfermero, requiere de una vocación firme, de un elevado espíritu de servicio, de un corazón bondadoso y noble, de amor y respeto a la vida.
La muerte de Ana Lilia, es un testimonio irrefutable de que la profesión de enfermera, no es una profesión artesanal, basada en tradiciones o en acciones rudimentarias de transformación de una materia prima en una obra de ornato para admirarla.
De esta con todo mi respeto y admiración quisiera dedicar este artículo a todas aquellas enfermeras y enfermeros que han estado cerca de la familia Nieves Cosío. A todas ellas, mi admiración y respeto.
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