Son ángeles sin alas. No pueden volar; pero en cambio tienen piernas para correr al lado de sus enfermos y mucha fuerza para convertirse en el brazo derecho de los médicos. ¿De quién hablamos?, ¡Pues de las enfermeras!; ¡De quien más ha de ser?
Esos personajes de vestimenta blanca que previenen, que organizan y que planean todo aquello que sea necesario para los pacientes, estarán celebrando hoy su día…el Día de la Enfermera. Por eso, a través de este medio, va un sincero reconocimiento a todos ellos, hombre o mujeres que decidieron abrazar esta hermosa profesión; una profesión que siempre debemos de valorar y de reconocer.
Cuando nacemos, ahí están ellas; y también están a nuestro lado cuando morimos. Me pregunto: ¡Cómo sería un hospital sin enfermeras?; Yo creo que sería algo así como un jardín sin flores o un día sin sol. Si pueden, curan; si no pueden curar, alivian; y si no pueden aliviar, consuelan, ¿a poco no?
Cierto es: La enfermera es a veces “el coco” de los niños, pero en ocasiones se convierte en el guardián de su salud, porque, insisto, es ella el brazo derecho del doctor. Y ahí están, con jeringa y suero en mano. “¿Cómo se siente mi enfermito; ¿Todo bien verdad? Tómese su medicina que ya lo vamos a dar de alta”.
Así, con paciencia, la mayoría de las veces con amor fraternal, lavando y curando heridas, ayudando al enfermo a subir, a bajar. Sacrificio que vale la pena porque la mejor recompensa es ver restablecida una vida humana.
Ojos vigilantes, mente abierta, pulso firme, sin seño adusto y ánimos de llegar a la meta, describen la candorosa personalidad de la enfermera. “Se ve muy bien señor, pronto se va a recuperar. Usted va a hacer una vida normal”, recuerdo que me dijo con su dulce voz Paula, una enfermera treintañera del Centro Médico de Occidente, cuando me subieron al quinto piso después de haber donado el riñón a mi hijo.
Percibí su intención de desaparecer mi angustia por aquella imborrable etapa por la que atravesaba la familia. Así ratifiqué que éste oficio, efectivamente es muy bonito, pero al mismo tiempo difícil. Hay que estudiar en escuelas especializadas, sentir amor por los semejantes. En ocasiones deben cubrir turnos muy pesados, soportar desveladas y ver el sufrimiento de sus pacientes, que ellas aminoran con su bondad y protección.
Hemos palpado también el profesionalismo, la bondad y el cariño que muestran hacia sus pacientes las enfermeras y enfermeros de las áreas de hemodiálisis de la UMMA y de la Clínica Uno del Seguro Social: Chema y Juanita, Mónica y Cecy, Raquel e Itzel, Beto y Lolita, Amalia y Lulú, Paty y Mary, Marce y Rosita y otras eficientes enfermeras cuyos nombres se nos escapan.
Nuestro reconocimiento pues a todas las enfermeras, las que trabajan aquí, allá y más allá, en el hospital o en el ISSSTE en el Seguro Social o en los sanatorios, en las clínicas particulares, en orfanatorios y asilos, a los jubilados y pensionados. A todos, ¡Nuestra más sincera felicitación!
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