Era un aficionado al rey de los deportes. Con frecuencia veía los encuentros deportivos de beísbol. De joven soñó en dedicarse al bateo. Pensaba que si no fuese por ser el jefe supremo en esa rentable empresa, hubiese logrado su sueño. De hecho tanto en la corporación como en su casa siempre quiso imponer sus filias deportivas. Era un sobreprotector de sus vástagos, un hombre muy paternalista. Creía que su ejemplo era suficiente para que sus compañeros de trabajo y sus hijos le fueran leales y le profesaran una lealtad a ciegas.
Era poco tolerante con sus empleados. ¡No se diga con otros jefes de departamento del mismo rango! A esos les tenía un encono por estar a su nivel. Su esposa le temía. Aunque trabajaba arduamente en su casa y en un próspero negocio que había establecido cerca de allí, se sentía dueña de nada.
El matrimonio vivía en una hermosa finca. Un verdadero palacio. La situación material era buena. Pero con el paso del tiempo aquel hombre le pidió cuentas a su esposa. Quería supervisar cada peso de sus gastos, pero sobre todo sus ingresos. De cada $ 1,000 pesos que ella ganaba trabajando, sólo le regresaba 200 pesos para reinventirlos en su negocio, o en lo que ella quisiera.
El argumento era que necesitaba dinero para invertirlo en aquella empresa que administraba, y que desde luego no era suya… A sus camaradas con frecuencia les organizaba fiestas dónde abundaba el vino y la juerga. “Si no ganan bien, al menos que se olviden de su mísera situación”, pensaba. Así los mantenía contentos, adeptos a sus condiciones de trabajo, sin pensar en escalar en el escalafón profesional o de la vida.
Un día la esposa reaccionó y pensó en la injusticia de su cónyuge. ¿Cómo era posible que el dinero que ella había conseguido con tanto esfuerzo se destinara a favorecer a los amigos de su esposo, o quizá ha otras relaciones que mantenía su marido en secreto.
La situación era insostenible. Sentenció con divorciarse. Pero no le era tan fácil. Si lo hacía podría perder el juicio pues la ley en ese país protegía a los hijos de las otras relaciones que, no lo ignoraba ya ella, aquel sujeto machista había formado.
La separación se tornaba además complicada por otros factores: él la había presionado para que sus hijos se quedaran con él. Sentía que la mayoría le querían más que a su propia madre. Así que le propuso a su mujer hacer una encuesta para ver quién se quedaba o quien se iba.
Por otro lado, lo cierto es que la mujer seguía dependiendo de él en muchos otros campos de su vida. Aquel hombre siempre pagaba la escuela de sus hijos, el hospital cuando se enfermaban y hasta las seguridad privada de aquel enorme palacio.
Ante esta situación, en otro día no menos afortunado, su consorte quiso proponerle un trato. Le pedía una revisión de los ingresos que ella generaba producto de su trabajo en aquel negocio, para continuar ampliando su pequeña empresa. Sin embargo lo tomó en un mal momento. El cabecilla del hogar se sintió ofendido y le dijo que no estaba a su altura. Que le faltaba mucho para sentarse a platicar con él.
Indignada, la mujer emprendió la conversación con sus hijos para ver quienes la apoyaban para formar una familia independiente.
La pareja se necesitaban uno al otro. Pero el orgullo del primero, y la respuesta de la otra, empantanaron la relación.
¿Quién creen que tenga la razón?
Discussion about this post