
Los pelícanos sobrevolaban alrededor de la lancha. Con agilidad sorprendente atrapaban en el aire los pellejos de pescados. Estáticos, nosotros observamos la escena, pasmados. Fue entonces que recordé las palabras de la maestra Altagracia: “Disfruten su viaje. Diviértanse. Deléitense con las aves, con las frutas exóticas, con el murmullo del mar”… Sobra decir: “¡La pasamos pero bien hingón!”.
La idea de viajar a la playa, cabe señalar, surgió de manera repentina. Había qué combatir el estrés a como diera lugar. Por eso, Tacha y Bethy propusieron ésta ida. Nadie se opuso. Yo acepté, pero con algunas reservas; más que nada por las limitaciones económicas.
Los apoyos de Bethy y de la maestra Altagracia fueron determinantes. De no haber sido por ellas, este viaje no hubiera sido posible. Así de fácil.
Total. Los siete tripulantes abordamos la Explorer y, a eso de las seis de la tarde nos enfilarnos sobre la carretera internacional, con rumbo a Guayabitos. A partir de ese instante se fueron despejando las tensiones.
En un dos por tres traspasamos la caseta de cobro de Compostela. Luego iniciamos el descenso sobre la carretera Tepic-Puerto Vallarta, pero a los cinco minutos alcanzamos un camión que circulaba muy lentamente. No había manera de rebasarlo debido a las curvas pronunciadas. Afortunadamente no llevábamos prisa, por eso nadie renegó.
Pasaban 25 minutos de las ocho de la noche cuando arribamos por fin a Guayabitos y la primera tarea era buscar a Socorro Contreras, hermana de la maestra Altagracia. Fue fácil ubicarla. Con las señas rápido pudimos contactarla.
Ella nos proporcionó las llaves y así pronto pudimos instalarnos. Noche apacible; calurosa, pero agradable. El asistente de la señora Socorro se portó muy atento, servicial.
Después de cenar se nos ocurrió jugar a los naipes, ahí “ajuerita”. Pero antes nos sentamos frente al mar. Desde ahí divisamos el oleaje, muy apacible. Avistamos también las lejanas luces. Sentimos la brisa fresca y estar en la playa nos provocó una intensa sensación de bienestar.
Pasaba de la medianoche cuando decidimos descansar. Joel y César se levantaron a las cinco de la mañana. No querían perderse para nada el panorama matutino; captar los detalles con la cámara, el brillo de la inmensidad, la frescura de la madrugada.
Había que cumplir, sin embargo, con un itinerario que trazamos antes de iniciar el viaje, cumplir con los horarios establecidos. Por eso, a las nueve de la mañana dejamos Guayabitos para continuar con los planes. Javier protestó, pero en realidad no tuvo otra opción qué ajustarse a la agenda.
Después de cumplir con algunos asuntos estrictamente familiares optamos por visitar también playa Los Ayala. Rentamos una mesa, caminamos por la orilla del mar, degustamos algunos antojitos y bebidas refrescantes. Nos entretuvimos observando a los bañistas…
Recostadas en la arena o caminando entre la arena, luciendo diminutos bikinis se divisó a muchas mujeres, aunque yo, le aclaro desde ahorita, no las miré ¿eh?. Yo más bien me entretuve viendo las figuras de arena confeccionadas por los niños, las palmas, etc., ¡Pero no vi a las mujeres en bikini! ¡Me cai que no las vi!, ¿Eh?
Dadas las premuras del tiempo no nos fue posible disfrutar de un paseo en barco que precisamente nos ofrecieron las hermanas Socorro y Altagracia, a quienes desde este espacio les damos nuestras más infinitas gracias. Ellas fueron pieza fundamental para despejar pues el estrés y olvidarnos de nuestras rutinas, ¡Salud por ellas!
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