El reencuentro fue casual. Nada programado; pero de pronto ahí estuvimos charlando de asuntos triviales, pero el diálogo se inclinó muchas veces hacia temas del pasado. Anécdotas vividas en décadas pretéritas en las que por igual aparecieron en la escena imaginaria personajes de esos tiempos, ligados quizás a la política, al deporte o incluso a la vagancia.
Así, entre el trajín de funcionarios y ciudadanos que “iban o venían” o que “entraban y salían” de algún departamento del edificio municipal, Mateo Espinosa y su esposa, Alfredo Delgado, Nena —hermana del primero de ellos— y un servidor, nos enfrascamos en alegre y respetuosa plática, fuera de formalismos y expresiones rimbombantes.an
Mateo y su hermana Nena fueron mis vecinos. Yo habitaba un inmueble situado por la calle de Morelos, número 106 en el barrio de La Presa —bien que lo recuerdo—, a escasos metros del Comisariado Ejidal. Su casa paterna sigue siendo punto de encuentro familiar; y yo recuerdo a todos los vecinos. Solo nos dividía un caserón, habitado por doña Poli —mi tocaya—.
Alfredo Delgado, en tanto, tenía su domicilio por la calle Guerrero, en el barrio de La Otra Banda. Hombre espigado de estatura, corpulento, hijo de don Abraham, quien a su vez fue cliente de mi papá. Era su sastre. En fin…
Esas remembranzas salieron a flote en esta amena plática que sostuvimos los cinco. Recordamos sus épocas de estudiantes y; aunque un poco mayores que yo, creo que no desentoné al rememorar aquellos tiempos.
Mateo y Alfredo cursaron sus estudios secundarios en la escuela Heriberto Parra, en tiempos del director Javier Quevedo; pero también tuvieron la dicha de haberse graduado como profesores, egresados de la Escuela Normal de Ciudad Guzmán, Jalisco.
Nena Espinosa, en tanto, cursó la carrera de médico veterinario, en la Universidad Autónoma de Nayarit y en esta plática trajimos a nuestras mentes por igual la imagen de Ismael, su hermano, fallecido hace alrededor de tres años.
La diferencia de años entre los cinco conversantes no es mucha. Por eso pudimos dialogar conociendo temas “de momentos”; pero también reímos al recordar vagancias de juventud, como la que alguna vez hizo el profe Alfredo Delgado —al que muchos identifican como “Fello”— a un fulano que viajaba en el mismo tren, al iniciar su época de maestros normalista.
El tipo, contó el citado profesor, se había quitado sus zapatos, dejando una pestilencia en todo el vagón; pero de pronto se quedó dormido, y Delgado tomó un zapato y lo arrojó al vacío por una ventanilla.
Mateo y su hermana Nena también se remontaron a esas épocas y con nostalgia revivieron los tiempos de ferrocarrilero de su papá Chico Espinosa y la imagen hacendosa de doña Chayo, su mamá.
La plática transcurrió bajo ese ambiente de camaradería plena, entre pasajes de la vida de antaño, de inocencia y de vagancia, de penurias y abundancias, de tristezas y alegrías, de esfuerzos y flaquezas y de muchas otras cosas más.
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