Ni yo mismo me explico cómo fue que acepté. Quería experimentar, despejar mi mente, desechar tensiones, salir de la cotidianidad y en fin. Pero también tenía miedo. No estaba seguro de mí mismo, de mis condiciones físicas. Dudaba llegar a la meta, ¡Pero lo logré!; aunque mis rodillas “tronaban” a cada rato mientras caminábamos a nuestro destino: Francisco I. Madero, población situada en la Meseta de Juanacatlán, municipio de Jala.
“A las 4 y media te marco para que te vayas alistando”, me dijo Alfredo Ibarra. Es muy temprano, dije para mis adentros; pero él sabía de tiempos y condiciones y, justo a esa hora sonó mi celular, siendo entonces que empecé a preparar el ajuar que llevaría en esta travesía. Faltaban 32 minutos para que el reloj sonara las 6 de la mañana cuando partimos hacia Ixtlán. Nos acompañó el gran “Toriki”, Víctor Pérez, atleta acostumbrado a estos “trotes”, al igual que Alfredo.
A Ixtlán arribamos justo a la hora pactada. Algunos peregrinos ya habían partido hacia La Meseta. Nosotros esperamos unos momentos. No tardamos mucho en emprender el camino enfilándonos por la calle Justo Barajas, en dirección al norte, para de ahí iniciar el ascenso por el cerro de El Pando. Este grupo estaba conformado por 7 peregrinos, todos encabezados por Polo y Guty. Todos con experiencias en este tipo de retos, acostumbrados a caminar hasta Talpa de Allende, Jalisco. Solo yo era novato; pero las ganas de vivir la experiencia no me hicieron desistir.
Mi rodilla izquierda empezó a renegar desde que empezamos a subir el cerro de El Pando. Traté de apoyarme más con la derecha y así, entre pláticas y bromas sanas fuimos escalando y solo divisábamos de vez en cuando hacia abajo, admirando la mancha urbana de Ixtlán. “Ya casi llegamos a lo parejo”, dijo Toriki. Eso me alegró; sin embargo, la verdad todo era subir y subir.
Llegué a pensar que estábamos ya por llegar a Zacatecas o a Durango, ¡Largo se me hacía el trayecto para arribar a la Meseta de Jala! De pronto avisté árboles de roble y pino; sin embargo no lograba ver caseríos.
En eso arribamos a un punto donde ya nos esperaban otros peregrinos y ahí mismo dimos tiempo a que llegaron otros grupos. Éramos aproximadamente media centena y a partir de ahí, juntos, bajamos por entre el monte, cruzamos un arroyo y luego iniciamos otra subida más. ¡Uf!, por mero y me rajo. Estuve a puto de decirle a Alfredo: Hasta aquí llegué, pero pude soportar y no tardamos mucho en arribar a la orilla de Francisco I. Madero, donde se celebraba a la patrona del pueblo.
Poco a poquito nos encaminamos hacia el templo de la localidad, donde se encontraba tocando una banda de viento, de las muchas que hay en La Meseta de Jala. Los organizadores nos ofrecieron menudo, café, atole, agua fresca y tamales.
Lo primero que hicieron mis compañeros de travesía fue agradecerle a la virgen haber llegado con bien. Algunos se quedaron hasta finalizar la misa. Yo opté por conversar con lugareños, conocer otras costumbres, caminar por sus callejuelas, mirar a hombres y mujeres atendiendo quehaceres domésticos, con sus corrales, casas de adobe y teja, láminas o fincas modernas. Una mezcla de todo, pero en un ambiente campirano.
A las 3 y media emprendí mi regreso, pero lo hice por la carretera Jala- Los Aguajes. Muy cansado, sí, pero con la satisfacción de haber cumplido con el cometido.
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