- LAS HOMILIAS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LAS DESIGUALDADES SOCIALES Y ECONOMICAS DE NUESTRO PAIS, YA SE LAS LLEVO EL VIENTO.
Hace algunas semanas en el crucero de las avenidas México y Allende de nuestra capital, una joven madre casi adolescente, indígena, con su pequeño bebé liado con su rebozo sobre sus espaldas, hacía malabares con unas pelotas para mendigar algunas monedas de los chóferes y transeúntes.
Días después estaban unos payasitos que igualmente hacían malabares, uno subido sobre los hombros del otro. Parecían hermanos, quizás padre e hijo. Ya dejé de verlos; tal vez son personas de otras entidades o países que van tras el “sueño americano”.
La desigualdad económica en algunos sectores es abismal y se refleja en las calles, cruceros, en el trasporte público, en donde de diferentes formas imploran auxilio económico; unos limpiando parabrisas, cantando, vendiendo dulces, boteando, etc., y dentro de nuestras posibilidades los apoyamos porque nos duele su situación, o sentimos que si no lo hacemos, los orillamos a delinquir a robar y podríamos ser sus víctimas.
Llego a casa y la mente me da vueltas y vueltas. Lastima la desigualdad. Hay personas que con tráfico de influencias, impunidad, corrupción; quienes como representantes populares o funcionarios se despachan con la cuchara grande del presupuesto, o quienes avalando las políticas económicas que nos imponen las grandes potencias, tengan responsabilidad en esta brecha económica y social tan enorme.
De estas personas, sin duda algunas besaron el anillo del Papa, escucharon con atención sus homilías y consejos como lo que a las autoridades del país les dijo en la ciudad de México: “La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano la vida en sociedad, se vuelve un terreno fértil para la corrupción. “No pasó nada, el Dios de estos privilegiados, es el dinero, que no importa amasarlo en la forma que sea, sin preocuparse de crear empleos, salarios justos.
Recordando a estos payasitos malabarista o niños que venden dulces, limpia calzado, parabrisas, etc., imaginé que puede llamarse Juanito, y como él habrá sin duda “Polijuanitos” en todo nuestro territorio que tratan de llevar algunas monedas para el apoyo económico del hogar.
Y ¿dónde vive este Juanito?, en una casa con techo de cartón, con paredes de ladrillos sin enjarrar, piso de vil tierra, ¿Por muebles?, tablas, colchonetas, una mesa coja, tres sillas un molcajete. ¡Qué licuadora, qué lavadora ni qué nada! Su papá hoy trabaja en un lugar, mañana en otro haciendo cualquier cosa: albañil, corta césped, poda árboles etc., y varios días no encuentra actividad.
Su padre que se llama José, ve a distancia la casa de su vecino que se dice es funcionario público y que compró ese terreno a precio de ganga donde construyó su residencia: Dos pisos, amplio jardín, cocheras. Al salir este don en flamante automóvil, lo despiden la esposa envuelta en bata reluciente, con el pelo entubado y José hace comparación al mirar a su Juana, descuidada, despeinada, con su panza a punto de reventar por el embarazo. Veía como el señor se alejaba llevando a sus hijos en el asiento trasero, cabellos relamidos, sonrientes, con buenas ropas y calzado, mientras que Juanito con sus chanclas de horca pollo, ropa raída, pálido, desnutrido.
Y aquella señora se puso a lavar la cochera despilfarrando el agua, mientras que en casa de José carecen de servicios. Sin agua, sin luz, ni drenajes y golpeando la puerta de entrada a casa expresa: “¡Qué madres pues!”. Su rostro refleja rencor a la diferencia. Tener que subirse al camión urbano o a la combi recibiendo maltrato.
Y hacia su interior se pregunta: “¿Por qué la abismal diferencia social”. Dios dice que no sólo de pan vive el hombre; nosotros lo hacemos de milagro, absorbiendo la tierra suelta de mi colonia y malos olores, nos tratan con recelo porque no nos bañamos, pero ya ni para jabones y si los llego a tener, no hay agua, hay que acarrearla o comprarla; y luego el día que no hay trabajo, pues no hay salario, y Juana mi vieja reclama que no hay comida. En cambio, los vecinos tiran a la basura los alimentos que les sobra, pues no les gusta el recalentado.
Ante la mendinguéz, José en su mente maquina muchas cosas: Secuestro, robos. ¡No por favor! Y corre ante la imagen de la Guadalupana: “Virgencita, dame fe y paciencia, tal vez mañana encuentre nuevamente trabajo, mientras, con lo que Juanito gana cargando bolsas de mandado en los mercados, vendiendo dulces”.
Y así, en su mente se forman mil cosas. Ve la diferencia, él y su familia harapientos, el vecino, bien vestido perfumado, con muy buen carro. Sus hijos rechonchos, alegres, bien vestidos y con buen calzado, en escuelas particulares. En cambio Juanito, todo escuálido y Juana su esposa despeinada y a punto de parir.
La esposa del vecino ¡¡uf!! Qué formas, qué ropa qué…! Y sigue pensando: “deben tener lo suyo, varios televisores, un DVD, alhajas que podría venderlo. Pero no, Dios dice que de los pobres es el reino de los cielos. Se aprieta el cinturón y sigue viendo la diferencia. Hasta los chóferes y los policías que viven por el rumbo lo maltratan por ser subempleado.
Un buen día amanece con la suerte más volteada, sin trabajo, con la panza vacía. Juanito se enfermó y su Juana ya con los síntomas de parir. Con gran desesperación se para frente a la imagen de la Virgen de Guadalupe y le dice: “Perdón virgencita, pero la necesidad es canija, ¡Al diablo con mis remilgos!”.
Las palabras que dijo el Papa Francisco ante empresarios y trabajadores en Ciudad Juárez en el último día de su visita a nuestro país, ya se las llevó el viento: “¿Qué quiere dejar México a sus hijos?; ¿Quiere dejarles una memoria de explotación, de salarios insuficientes, de acoso laboral o de tráfico de trabajo esclavo?; ¿O quiere dejarles la cultura de la memoria de trabajo digno, del techo decoroso y de la tierra para trabajar? Tres “T”: Trabajo, techo y tierra.
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