
Alcohol, tijeras, hilaza; algún brebaje preparado ex profeso. Eran, por así decirlo las principales herramientas que utilizaban las parteras. Algunas de ellas no solo ayudaban a la parturienta con el alumbramiento, sino que también daban consejos a las embarazadas para un mejor desarrollo del feto.
Más sorprendente aún eran aquellas que, con suma precisión, conocían la fecha y hasta la hora exacta en que tendría lugar un parto. “Mira mi´jita, por lo que me cuentas, tu te vas a aliviar el 13 de agosto. ¡Ah!, y no te preocupes, todo va muy bien y vas a ser madre de un muchachote”.
Y bueno, al igual que en todas partes, en Ahuacatlán hubo un tiempo en que los alumbramientos eran atendidos exclusivamente por parteras. Ni siquiera los doctores sabían los secretillos de las parturientas.
La vida cotidiana en aquellas épocas se desarrollaba al interior de jacales construidos con paredes de adobe o con vara tramada y ripiadas de lodo, con techo de teja o de doble terrado en el mejor de los casos; mientras que el sustento provenía del usufructo que obtenían de sus parcelas.
Desde temprana edad, los niños de Ahuacatlán aprendían a auxiliar a sus padres en las faenas del hogar o del campo. En el hogar participaban acarreando agua desde las orillas de algún arroyo o noria, iban al monte a traer leña para encender las hornillas, daban de comer a los cerdos y las gallinas o bien pasto a los burros.
En el campo, su faena consistía en llevar “lonche” en un morralito hasta la parcela donde se encontraba su padre; ahí, le ayudaban, cuando así se requería, a desyerbar la milpa. Por las noches descansaban en petates de palma colocados sobre el piso de tierra del jacal en compañía de sus hermanos.
El acontecimiento social más importante de la familia del comunero eran los domingos. Estos eran días de mercado, los niños y sus padres se levantaban antes del amanecer para hacer sus compras o para acudir al mercado a zamparse un café de con Chemita el Cura o unas gorditas de las que preparaba “Lupe” Silva.
Los hijos adolescentes ayudaban a sus padres en la preparación y explotación de las tierras del cerco – o parcela – desmontando, sembrando a piquete el maíz, frijol y calabacitas, desyerbando los sembradíos y en los tiempos libres se empleaban como jornaleros y/o vaqueros en los ranchos ganaderos circunvecinos. Algunos otros optaban por trabajar en alguna carpintería o panadería, a fin de obtener un pequeño ingreso suplementario.
Las primeras dificultades se presentaban desde el momento del nacimiento de sus hijos: los trabajos de parto eran atendidos por las parteras; eran ellas quienes vigilaban, dirigían y auscultaban que los retoños salieran sanos y salvos del vientre de sus madres.
Muchas mujeres que sobrepasan hoy de los 50 años fueron atendidas por alguna partera – o comadrona, como se le conoce también en todas partes -. Basta citar el ejemplo de Doña María Arreola, aquella noble mujer que habitaba por la calle Oaxaca, entre Morelos e Hidalgo, muy cerca de la Plaza de Toros y la cual, durante el tiempo que profesó éste oficio, atendió poco más de Cuatro Mil partos.
Se recuerda también a Doña Trinidad Anís, quien tenía su domicilio por la calle de El Salto, esquina con Victoria – una mujer alta, de pelo cano, complexión delgada y la cual acostumbraba usar vestido largo -.
Muchos de los que hoy son adultos fueron atendidos también por Doña Pola, mujer Güera y chaparrona quien también sabía curar de empacho y mal de ojo. Ella tenía su domicilio en el Barrio de El Chiquilichi, por la calle Miñón, entre Amado Nervo y calle Trabajo.
En el mismo Barrio del Chiquilichi había otras tres parteras muy eficientes; una de ellas llamada Tomasa López, quien habitaba un domicilio de la calle Galeana, de piel morena ella, chaparrona y ligeramente encorvada.
Otra mujer que trajo a luz a muchos bebés fue Doña Chole Andrade, activa y noble señora, al igual que Doña Úrsula Rodríguez – una de las mejores parteras que hubo en Ahuacatlán -; sin olvidar por supuesto a Doña Herminia González de Quesada, quien habitaba una finca que se localiza por la calle Guerrero, frente al Callejón del Tamarindo, en el Barrio de La Otra Banda.
Las parturientas de antes no tenían necesidad de acudir al Hospital o a la clínica para ser atendidas por el doctor general o por el especialista – ginecólogo -; bastaba avisarle a la partera para solucionar su problema.
En Ahuacatlán, sin embargo, las parteras tradicionales o empíricas ya son cosa del pasado. Actualmente no hay una sola mujer que profese este oficio. O como quien dice, ¡Se acabaron las parteras!; e incluso las nuevas generaciones ni siquiera saben el significado de esta palabra, ¡Esa es la realidad!
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