“El dictador Francisco Franco, en su larga agonía, tuvo un brazo de la santa en la mesita de luz; otros pedazos fueron a parar a distintos destinos…incluyendo un pie, que está sembrado todavía en Roma”
Mi compa’ Clodomiro Chilperico y yo fuimos a Jala en busca de las brujas, no lo negamos. Así se apellida él; yo no tengo la culpa de nativos apellidos. Ahí están en Ahuaca los “Montoneros” que no se tragan entre unos y otros – dicho sea de paso – y los “Perra” en Ixtlán, que nunca dan el brazo a torcer, y ya nadie se asombra de las pilas bautismales de los abolengos; pero esa es otra historia aparte.
Este compadre mío es un gordo chambón y cachondo de primera línea, de blanca tez tirando a cruza de sajón rosado… un auténtico tasajo de puerco ahumado, pa’cabar pronto.
Fuimos en busca de las brujas pa’l mal venéreo y unas manías enfermizas que se anda cargando. De entrada dos cientos de pesos la consulta, y quinientos con tratamiento. Cobran como el medico Víctor, que dicen es de ascendencia china, pero bueno hay que buscarle a la vida los que no somos eternos ni infalibles.
Tocando en las casas aquí y allá, preguntando de igual modo; llegamos a donde una virola inflada con una sarta de escuincles bichis la vomitó la puerta que habíamos tocado como para permitirse un respiro asfixiado. El concepto que yo tenía de las brujas sufrió su revés primerizo; las imaginaba viejas, cotorras, encorvadas, empedernidas y de carácter amargado. Esta hasta feliz se ve entre la tacuachera y el oficio porque no conforme con la jungla atascada de mandriles, todavía trae dos gemelas colgando de las chichis, una en cada una.
Hablamos del asunto que nos trae en esta visita y nos invita a pasar.
No son niños, son unos tiránicos memes, casi andróginos, que silabarios se arrastran a gatas por el suelo… son una generación de esclavos novatos con una pobreza en el suelo que hiela hasta el hueso. La mascota, un perro tanguito de esos chihuahuas, se pasea impune por toda la casa defecando y orinando en los trastos tirados al piso que semejan pequeñas raciones para el cereal de la mañana. Ladra muy propio, él en su papel.
Y el marido… un deplorable rey toro aplastado ahí en el sofá, parasitando.
El señor pigmeo ve con devota atención un partido de fútbol. La pulga Messi, la estafa de Neymar, Ronaldo y El Chicharito… la final de la Champions League.
Pasamos a la siguiente salita sin puerta, sin división, con algunas argollas de plástico en la varilla del dintel de donde debería estar colgada una cortina.
Unos chicotazos con manojos de árnica y manzanilla, dos tres pajuelazos con albahaca y ruda, la zarandeada de huevos de gallina… y por eso tuvimos que pagar un quinino. Y digo que tuvimos que pagar quinientos pesos porque pidió prestado apelando a mi buena voluntad – que no a mi buena fe –
— “Al cabo tú eres el principito de luz” agregaría de una manera burlona frente a la gorda bruja que ya venteaba el dinero.
¿Qué iba yo a hacer? Y ahí estoy buscando los de a cien para completar y no quedarnos sin el pasaje de vuelta. Que de buena gana me lo llevaba en flete de carretilla al cerdo descarado.
Luego de veinte minutos el parasito enquistado al sillón exclama:
-“¡Ganamos amor, ganamos!” dice sin moverse un ápice de ahí.
El barza gana efectivamente, su ídolo crece. Quise recordarle el marcador del pasado mundial 7-1 Alemania sobre Brasil y cuál es la realidad del fútbol español.
– “Ahora, ¡hoooy somos campeones!… the Champiooons”, canta eufórico levantando su mole pesadamente del sofá. Y entre marismas de besos abrazos y amores a sus criaturas; saca discreto de un pomo centavero, ubicado en la cómoda, el único billete.
Sería lo virola de la bruja, no sé, me pareció que le lanzó una mirada de coraje; pero estaba ocupada con Clodo y conmigo que le cuento lo del dinero.
En un momento más llega su compadre y vecino de él, ambos dispuestos a festejar que son campeones y así, con la frescura de las caguamas, se van. Nosotros también y la mujer queda con el racimo de mandrilillos, feliz con su quinino partido en cinco de a cien, como no.
Estas mujeres, porque antes de brujas son mujeres – hay que decirlo en honor a la verdad – no son como las feas del “Tapanko”, unas muñecas inflables que guardaba el sátiro de mi tío Samuel en las trojes de su casa, roídas por las ratas; creo que esa ruñidera y la orina de los gatos es la que las hacia feas. Porque vistos de cerca los cueros y las siliconas, hasta sus boquitas tenían pintadas en sensualidades de carmesí previendo el deterioro del tiempo.
Como que no surtió efecto la hechicería porque mi compa siguió igual de maniaco, y ya apestaba, en definitiva, a bacalao. Seguimos la misma ruta de Jala pero en busca de una bruja más efectiva que la virola para que le retirara sus males.
Dimos con una tal Domitila, que nos dijeron que por las noches se convierte en un venenoso sapo de leche, hinchado. Solo el nombre es vetusto porque es una joven sexy, morena de piernas largas y torneadas, aunque ésta sí, fea y cacariza con las ganas de la cuaresma. A la puerta de su domicilio un Mustang rojo último modelo le aguarda. A doble piso de limpio vitro piso es la casa donde llegamos. Los altos muros de colores nacarados sostienen en cada diminuta línea la pintura embebida al marcado enjarre. Pilares vertebrales e insuflados arcos arábigos, acabados en lujo de yeso al detalle, pálidos tonos de luces amarfiladas, es un pequeño palacio… el negocio está en ese progreso.
Aquella tenía conchas caracoles y babosillas departidos en una mesa entre medianas despensas del deshecho gobierno. Esta tiene cráneos de macho cantabrio, santos… que Malverde que el Papa Bergoglio que el Papa rojo, que el Papa negro, que el Papa gris que el Papa gayo; la Santa Muerte, canónigos, beatos, abades, todos los santos de las calendas apostólicas y romanas, griegas y escuetamente egipcias, entre un etcétera de velas multicolores y un olor a decencia de azafrán. Los materiales son otros: sahumerios de santa maría, goma de copal del Ceboruco, resinas extraídas desde la gemación de la papaver, radicales somníferos como el peyote. Yuca y gualacamotes recargados frente a un retablo de fondo con grabados de antiguos códices. No es un “kit”, como suelen decir los chicos tururú de hoy, sino más bien un motín sacado de quien sabe que concepciones de ultratumba.
No me ha dejado pasar más allá del abalorio en la cortina de yoyotes que le sirve de celosía.
Es más brutal porque le rocía en la cara a Clodomiro con un buche de alcohol y le baña en sus carnes con rompope de monja, luego le mete en un círculo de fuego azul. Y reza y baila desorbitada, poseída alrededor de él, como una druida infernal. Se desnuda, ya en trance, contorsionada de distintas formas entreabriendo los pliegues carnosos de su anatómico cuerpo, le muestra su sexo magenta de una ventosidad sedosa, sin otro confín que el del ritual; se tira al suelo, vuelve a incorporarse, brinca, salta asolada por la profunda respiración que ya es casi licántrope mugido en espasmos contraídos de los orificios de las fosas nasales… la danza olvidada del Umbamba.
Toca un sonido fantasioso en su baile salvaje, la acústica más primitiva de las pasiones.
Yo, preocupado por mi compa que no valla a salir tatemado.
Es más cotizada la sacerdotisa, nos cobra siete de a cien pero él se siente mejor con el bailecito. Ahora entendí porque la gorda virola no pudo dedicarse con seriedad a la brujería y prácticamente yace hacinada en un gueto matrero, presa de nigromantes sinos. Feliz, eso sí… es la característica de toda bruja de Jala.
Los síntomas venéreos le siguieron aunque no las manías.
Le digo a Clodo que mejor vallamos al “Tapanco” del tío, inflamos una muñequita y ¿Quién sabe? Hasta reparador de maniquíes anda saliendo, y con chamba; pero no quiere pasar el resto de su vida enfundado en los plásticos, como si un destino fatal e inevitable se ligara a una sola noche.
Ahora nos paseamos por las calles lucidas de Jala solo como un recuerdo. Ya sabemos identificar las que son y las que no son brujas, las blancas las negras las rositas las estafadoras las nagualas. Las vírgenes – porque hay brujas vírgenes sépanlo ustedes – sacrificadas, mártires engordando las panzas de garrapata hasta el tono de la agualama en los maridos mantenidos, en los zanganazos de los hermanos, en los padres vividores. Las que creen en la imbecilidad humana y la profesan con una devota beatitud. El mundo de Aldo, en menos que en más.
— “¿Quién puede creer estas cosas Chilperico?”, me dirijo a él por su apellido en tono de respeto.
— “¿Quién puede creer en la felicidad? Ello es un ancla arrojada por el canto de la borda para detener el navío, la titánica travesía de ésta vida”.
— “¿Quién puede tomar por estrella de guía el faro espectral de un amor malnacido, de una libertad o masacrada o mercenaria?”
– “Tipejos patidifusos, como tú que te prestas a las brujas con una facilidad de domesticada mascota”.
— “Pero tú eres el que paga mi principito”, me contesta.
Y le replico ya un poco perdido en el horizonte:
— “¿A poco crees que no me doy cuenta de los embrujos: dinero en las bancas invisibles – o viceversa —, libido al alcance de la mano, lujo en un pueblo harto jodido, mendigo? ¿A poco crees que de veras pago y aspiro a las antípodas peseras que hemos visto? Ni un sope… he leído, si, las crónicas de Nicolás, pero jamás he hecho mi vida de ello. Yo aspiro a la Poesía de más allá del sol del horizonte, a la de más de aquí, en un solo paso”.
Y seguimos deambulando por ahí… creo que ya embrujados, no lo sé en realidad.
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