En una amplia sala, cuatro velas compartían su luz en una tarde de verano. Cuando el crepúsculo diluyó los colores y se alargaron las sombras, un triste diálogo surgió entre ellas. La primera vela, dijo con sollozos:
— Yo soy la paz… Yo no sé que hago encendida en este mundo. Los hombres anteponen la guerra, la violencia y el terrorismo. Yo mejor, me apago–. Y se fue muriendo.
La segunda vela, afirmó con decepción:
— Yo soy la verdad. Ya no sirvo para nada en este universo. Las personas prefieren vivir en la mentira y el engaño. Me han rechazado y se mienten los unos a los otros. Yo no tengo ya nada que hacer en este planeta. Mejor, voy a desaparecer de este mundo–.
La tercera vela se levantó con tristeza:
— Yo soy el amor, pero ya no tengo fuerza para mantenerme viva. La gente ya no cree en el amor: Lo matrimonios se divorcian y las familias se dividen. Reina el egoísmo por doquier. Prefiero extinguirme–. Y se fue apagando.
David, un niño de siete años, entró lentamente a la sala que era iluminada tenuemente por la última vela. Le dio miedo y comenzó a llorar.
— Tengo miedo. Ha desaparecido la paz, la verdad y el amor. El mundo, mi mundo, está en tinieblas. No quiero vivir en este caos tan oscuro–.
La última vela, la única que continuaba encendida, iluminó las lágrimas de sus ojos y le dijo:
— David, no llores, no tengas miedo. Mientras yo permanezca encendida, yo puedo volver a prender todas las velas que estén apagadas. Yo soy capaz de comunicar luz otra vez a la paz, la fe y el amor.
El niño preguntó:
— ¿Tu eres capaz de encender otra vez la luz de la paz, de la fe y del amor? ¿Quién eres tú?
La vela respondió:
— David, soy la esperanza. Mientras yo permanezca encendida, no todo está perdido.
El niño tomó la vela de la esperanza y encendió las otras tres, mientras proclamaba: “Con la esperanza logramos encender todas las velas apagadas”.
Las otras velas repitieron a coro: “Con la esperanza se encienden todas las velas apagadas”.
La esperanza hace posible lo que esperamos y podemos encender todas las velas apagadas. Así como Abraham vio el día del Señor que esperaba, nosotros podemos ya vivir nuestra salvación en la esperanza. Así como el suicidio es la puerta falsa para quienes perdieron la esperanza, la fuerza interna que permitió la sobrevivencia en los campos de concentración o con la cual David venció a Goliat, fue también la esperanza.
A nosotros nos corresponde ser profetas de esperanza. Puedo perder todo, menos la esperanza que me ayuda a recuperar lo que ya había extraviado para vislumbrar lo que todavía no recibo, y sobrevivir en la oscuridad y aún más encender otras velas que hoy se han extinguido. ¡Pidamos a Dios que ya no haya suicidios!
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