Omar G. Nieves
Un compás de espera, un respiro, un descanso es el que se nos ha concedido a los nayaritas que durante un mes soportamos un intenso bombardeo publicitario caracterizado por la pobreza de ideas políticas, y por un sesgo hacia el mercantilismo político, lo que otros llaman marketing político.
Fueron los candidatos, más que los partidos, los protagonistas de esta campaña. Fueron ellos los que salieron a las calles a venderse, a ofrecerse como productos del Jafra, para que este próximo domingo paguen – los que vayan a votar – el esfuerzo, las propuestas que se llevarán a cabo de llegar al gobierno, y, en algunos casos, hasta los gastos de campaña. La tarjeta de crédito es la credencial de elector.
Ese es el poder del sufragio cuando se tiene que emitir masivamente, y que cobra sentido una vez que el candidato electo asume el cargo y cumple con las propuestas que hiciera durante la campaña. Es en ese momento cuando el político se subordina a la voluntad popular.
Pero volviendo atrás, a la etapa en que se nos atosigó a muchos – incluyendo niños –. La marea propagandística que nos invadió en este proceso electoral es de sumo penosa. Especialmente la que tuvo que ver con los jingles y los perifoneos. Son las consecuencias que se pagan cuando lo que prevalece es la forma, la pose, la apariencia; aquello que apela a los sentimientos de la ciudadanía, a sus pasiones; más que a la razón. Huelga decir que no todos los candidatos fastidiaron igual. Hubo quienes sí aportaron pensamientos, pero casi todos respondían al “qué”; y si bien nos fue, al “para qué”.
¿Y el por qué? ¿Y el cómo? Esos ya no se usan. A la gente le gusta escuchar lo que pudiera ser, lo que “deseamos” ser o “queremos” tener. No le interesa si es factible, si es posible. La diferencia entre lo “deseable” y lo “posible” es que el primero no tiene límites, se rige por la imaginación. En cambio el segundo está sujeto a la realidad, a lo que existe en estos momentos. Esa es la razón por la que los gobernantes siempre quedan mal, porque sus posibilidades son muy pocas. A parte de la imperfección que todos tenemos, el gobernante no tiene autoridad suprema, mucho menos el poder.
De ahí que sea muy fácil denostar a quienes están actualmente en los cargos. Cualquiera lo hace. Sobre todo a los fanáticos no les cuesta trabajo sacar hebra. Y aunque haya avances, mejoras y obras valiosas, quienes siguen pensando que pueden ser mejor, difícilmente las llegan a reconocer.
Este próximo domingo saldrán muchos a votar. Y según Norberto Bobbio quienes elijan a alguien – “los votantes” – estarán otorgándole un mandato para actuar en su nombre, lo que los hará responsables de sus actos. Habrá otros que acudan a las urnas, pero que presentarán su boleta en blanco o la anularán – “abstencionistas” –; éstos ciudadanos son los que manifiestan su rechazo a todas las opciones. Pero también hay otras personas que no irán a votar – y que es otra forma de elegir –. Son los que dicen que “uno u otro” candidato son lo mismo; da igual. En éste último supuesto el ciudadano acepta la voluntad de la mayoría y acata la autoridad de los electos, pero sin comprometerse, como en el caso de los abstencionistas, a ser copartícipe de la enorme responsabilidad que los gobernantes llevan a cuestas.
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