Entre plazas, sombras y cartones, hombres sin rumbo buscan un rincón donde dormir.
IXTLÁN DEL RÍO.
El hombre, de tez morena, barba entrecana y pelo descuidado, nos mira con recelo. No dice nada. Sus ojos, cansados, lo dicen todo.
Le preguntamos si ya cenó, pero no hay respuesta. Toma su raída cobija y se aleja lentamente.
Camina hacia la otra plaza, la que muchos conocen –no sin cierto desdén– como la “Plaza de los pájaros caídos”. Se pierde entre los pilares, entre la oscuridad y el olvido.
A unos metros, otro hombre comparte la noche con dos perros. Parecen inofensivos, compañeros de calle y silencio.
Esa es la escena que, de noche, se repite una y otra vez en Ixtlán: figuras errantes que buscan refugio donde nadie los moleste, donde puedan dormir sin miedo.

En el panteón municipal también hay quienes han encontrado su rincón. Entre tumbas y cipreses, tienden cartones, extienden una cobija y ahí, entre el frío y el silencio, hacen su hogar.
La indigencia en Ixtlán crece, lentamente, sin ruido, sin nombre. Es un rostro que muchos prefieren no mirar, pero que está ahí: en las plazas, en las calles, en los parques… recordándonos que, detrás del bullicio cotidiano, existe otra ciudad, una que sobrevive entre sombras y abandono.
Quizá el verdadero desafío no esté solo en ofrecer un techo o un plato de comida, sino en recuperar la mirada compasiva. En volver a ver al otro, no como un extraño, sino como un ser humano que un día perdió el rumbo. Porque la calle no debería ser el destino de nadie, y la indiferencia nunca puede ser nuestra respuesta.






















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