Omar G. Nieves
No sabemos qué hubiese pasado si nuestros primeros padres, Adán y Eva, hubiesen cumplido el mandamiento que Dios les dio de no comer del fruto prohibido. Lo que sí podemos saber es que el Todopoderoso no hubiera impuesto a la mujer la carga de parir con dolor y al hombre de trabajar la tierra con el sudor de su frente. ¡Qué va!, si la pareja hubiese obedecido no estaríamos celebrando este día a la muerte.
¡Yahuu!, gritaría Homero Simpson. Pero estaríamos tantos descendientes, como los que han existido desde la creación; y, sin embargo, tal vez más de algún hijo de su madre ya hubiera roto aquella misma obligación que nos ha hecho pagar a todos el plato roto… Vale, y detrás del transgresor le seguirían otros hermanos. Los hijos de la serpiente, como la cosecha de mujeres, nunca se acaban.
De haber sido obedientes, Adán y Eva nos estarían gobernando hasta la fecha. Señoreando bestias y animales, incluyendo a los políticos. Obviamente que “Chavita” y la familia Bañuelos no se dedicarían a embalsamar muertos, y las iglesias serían discotecas donde los jóvenes nos iríamos de “reve”. Los doctores serían actores de televisión y los sicarios payasos de circo.
Empero, el renegado Satanás estaría ahí, acechándonos, hablándonos al oído, poniéndonos tentaciones, exponiéndonos todo cuanto no estaríamos perdiendo. Y entonces la ambición se apoderaría de uno, y al ver que no era malo, otro sucumbiría, y otro y otro, y échenme otro, y mírese uno más.
La libertad conlleva responsabilidad. Y vean que es alto el precio de la desobediencia. Pues el hecho de ser libres no es superior a la capacidad de conocerlo todo. La omnisciencia es exclusiva de Uno, el Alfa y Omega, el Primero y el Último. La fe es la que nos preserva con vida, como la prudencia del que habita en el mal, no que lo haga, sino que coexiste con él.
La muerte es entonces una lección para aprender un poco de la sabiduría de Dios, y una oportunidad para confiar en El Padre. Sabiéndonos finitos, la muerte es además una predicación para la humildad, ¿Quién escapa a su destino final?
¿Y frente al hades qué nos queda? Paz, amor y gozo; paciencia, bondad y benignidad; fe, mansedumbre y templanza; “frente a tales cosas no hay ley” (Gal. 5:22). Los primero tres frutos del espíritu, cultivados en uno mismo. Los siguientes tres, practicados con el prójimo. La últimos tres para con Dios.
Hoy iremos a ponerle flores a la tumba de nuestros seres queridos. Y seguramente muchos se preguntarán quién las pondrá en la nuestra, si viviremos en el recuerdo de los demás. De ahí la necesidad de preservarse en el otro, en los hijos. Al fin de cuentas, son los que nos dan la certidumbre de nuestra continuidad.
El temor a morir no desaparece. Aunque ya Sócrates nos dejara un ejemplo muy admirable de la infalibilidad.
Si Adán y Eva no hubiesen pecado, no hubiéramos aprendido la lección.
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