Un solitario monje que hacía penitencia en el desierto, tuvo la oportunidad de hacer un viaje para vislumbrar tanto lo que es el cielo como el infierno.
¡Y eran tan parecidos!, pues tanto en el cielo como en el infierno las personas estaban sentadas alrededor de una olla hirviendo con un guisado exquisito que despedía un apetitoso olor.
En ambas partes cada comensal tenía atada a su mano derecha una cuchara con un inmenso mango. Sin embargo, aunque se parecían mucho, había una diferencia fundamental:
En el infierno, cada individuo sólo pensaba en sí mismo y trataba desesperadamente de alimentarse, pero con mango tan descomunal, le era imposible y así su hambre se transformaba en angustia. Por lo tanto, estaban tristes, amargados y frustrados, por no poder gustar de tan deliciosos manjar.
En el cielo, en cambio, cada uno daba de comer a otra persona con grande cuchara. El resultado era felicidad, alegría y hasta un buen humor, aparte de gustar y compartir el sabroso alimento.
La gran diferencia del infierno con el cielo, sea en ésta como en la otra vida, es que en el primero cada uno sólo piensa en sí mismo y quiere la olla de carne para él. En cambio, el cielo consiste en compartir y se vive la alegría de dar, que fructifica en recibir también de los demás.
Cuando el monje solitario regresó de su viaje a la vida eterna, abandonó el desierto y se fue a un hospital para atender a los enfermos.
Todos hemos recibido un cuchara que podemos utilizar para nuestro beneficio exclusivo, ignorando a los demás, pero también para compartir con ellos. De nosotros depende. El cielo y el infierno lo comenzamos a vivir en esta vida.
Si todas las manos dieran un poco de pan, no habría manos pidiendo pan. Lo importante es reconocer qué hemos hecho con la gran cuchara que tenemos en nuestras manos.
En nuestra propia familia podemos encontrar oportunidades muy buenas para ejercitar nuestro servicio de caridad. Pero no las aprovechamos, sino que convertimos en candiles de la calle y oscuridad de nuestra propia casa.
Conviene empezar este día con una atención más esmerada a los abuelos, papás, hijos, hermanos y así seguir hasta llegar a los más alejados. El cielo y el infierno lo comenzamos a vivir en esta tierra.
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