Antagónico al poder es la sumisión; de manera que para contrarrestar el dominio que se ejerce sobre ciertas personas es necesaria la humildad. El periodo de abstinencia por el que están por pasar los gobernantes que ejercen autoridad requiere de eso, de humildad. Solo así podrán sobrellevar la ansiedad que deviene con la pérdida de mando y de influencias.
Es como el sexo, el cigarrillo o el Facebook que generan placer, y en casos extremos adicción. No es exageración. Científicos lo han demostrado en diversos estudios. Se ha notado que quienes gobiernan y ejercen control sobre la sociedad adquieren notoriedad, relevancia social. Este solo hecho alimenta el impulso más ferviente de los seres humanos: “el deseo de ser importantes”. Este es el primer fundamento para afirmar que el poder, en cualquiera de sus manifestaciones – político, económico o ideológico – tiene repercusiones fisiológicas, pues genera satisfacción.
Sobre todo quienes tienen años enquistados en el poder, han ejercido cierto dominio sobre otros hombres o sobre la naturaleza, lo que les permite obtener una ventaja: poseen los medios para conseguir algunos deseos; desde riqueza, fama, compañerismo, etc. Esa potestad a su vez les produce gozo.
Esto no es un asunto abstracto. Los cambios que se producen en el individuo del que detenta el poder son comprobables. Su organismo segrega mayor cantidad de dopamina, norepinefrina y epinefrina; neurotransmisores del cerebro que aceleran su metabolismo. No por nada muchos funcionarios de primer nivel, sobre todo alcaldes y gobernadores, pueden permanecer horas trabajando en vigilia.
De lo anterior deriva en el peligro de aficionarse al poder y caer en un enviciamiento y adicción paulatina, y del cual solo se puede salvar si se ejerce la humildad, de la que hablábamos al principio. Solo así el poder podrá beneficiar a los demás, sin tener repercusiones nocivas para el que lo ejerce.
Por otro lado, en un estudio reciente realizado de manera conjunta por tres universidades de los EE.UU. reveló que el poder suele corromper y afectar más a la gente “de bajo estatus que ocupa puestos de mucho poder”. El trabajo, publicado en la revista Jorunal of Experimental Social Psichology, analiza la relación entre la categoría y el nivel de autoridad de un puesto de trabajo.
¿Comprendemos ahora porque algunos funcionarios del gobierno, sea estatal, se municipal, no quieren dejar su puesto?
Una característica que nos ha permitido distinguir a un funcionario contagiado por el poder es la intolerancia o la incapacidad para aceptar errores. Eso sin contar los modales de presunción, su obstinado afán de protagonismo y, aunque parezca increíble, su verborrea para adular a los ciudadanos con tal de seguir apoyándolos.
¿Existe algún caso de algún gobernante que no se dejara seducir por el poder y haya dejado algún ejemplo de humildad? Sí. Hace tiempo Salvador Castañeda O’connor, relató la ocasión en que el gobernador Julián Gascón Mercado, inició su primer informe de gobierno enumerando las cosas que aún le faltaban por hacer. En lugar de enumerar sus logros, con un tono de sincera preocupación informó a la gente que Nayarit ocupaba el primer lugar en tuberculosis, el segundo lugar en lepra y el tercero en tétanos.
El escritor Carlos Monsivaís alguna vez escribió uno de sus punzantes aforismos: “Poder que no se comparte emociona”. De risa loca, pero eso es lo que por lo que general hacen todos los políticos que conozco. Para nosotros no es sorpresa que quienes van de salida (Chuyín Bernal, Mario Villarreal, Pancho López y Pepe Alvarado) sostengan que entregarán finanzas sanas y obras históricas. Pero tampoco no extrañará cuando quienes inicien el próximo gobierno (Agustín Godínez, Carlos Carrillo, Saúl Parra y Juan Parra “El Charranas”) nos salgan con que les dejaron un Ayuntamiento en quiebra.
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