Francisco Javier Nieves Aguilar
Había una vez un gran hombre que se caso con la mujer de sus sueños. Con su amor, procrearon a una niñita. Era una pequeña brillante y encantadora, y el gran hombre la quería mucho.
Cuando era bebé, la alzaba, tarareaba una melodía y la hacía bailar por el cuarto, al tiempo que le decía: “Te quiero, chiquita”.
Mientras la niña crecía, el gran hombre solía abrazarla y decirle: “Te amo, chiquita”.
La hijita protestaba diciendo que ya no era chiquita. Entonces el gran hombre se reía y decía: “Para mi, siempre vas a ser mi chiquita”.
La chiquita –que ya no era chiquita–, dejó su casa y salió al mundo. Al aprender más sobre sí misma, aprendió más sobre aquel hombre. Vio que era deveras grande y fuerte, pues ahora reconocía sus fuerzas.
Una de esas fuerzas era su capacidad para expresar su amor a la familia. Sin importarle en que lugar del mundo estuviera, el gran hombre la llamaba y le decía: “Te amo, chiquita”.
Llegó el día en que la chiquita –que ya no era chiquita–, recibió una llamada telefónica. El gran hombre estaba mal. Había tenido un derrame. No podía hablar y no estaban seguros que pudiera entender lo que decían. Ya no podía sonreír, caminar, abrazar, bailar o decirle a la chiquita –que ya no era chiquita–, que la amaba. Y entonces fue a ver al gran hombre.
Cuando entró en la habitación y lo vio, parecía más pequeño y ya, nada fuerte. Él la miró y trató de hablar, pero no pudo.
La chiquita hizo lo único que podía hacer. Se acercó a la cama junto al gran hombre. Los dos tenían los ojos con lágrimas y ella rodeó con sus brazos los hombros inmóviles de su padre.
Con la cabeza apoyada en su pecho, pensó en muchas cosas. Recordó los momentos maravillosos que habían pasado juntos y cómo se había sentido siempre protegida y querida por el gran hombre. Sintió dolor por la pérdida que debía soportar, las palabras de amor que la habían confortado.
Y entonces oyó desde el interior del gran hombre, el latido de su corazón. El corazón que siempre había albergado música y palabras. El corazón seguía latiendo, desentendiéndose del daño del resto del cuerpo. Y mientras ella descansaba allí, obró la magia. Escuchó lo que necesitaba oirá.
Su corazón expreso las palabras que su boca ya no podían decir:
Te amo… te amo… te amo
Chiquita… Chiquita… Chiquita
Y se sintió confortada….
¿Qué te cuesta decirle a esa persona que la amas?; ¡Qué te cuesta decirle que la quieres?; ¿Qué te cuesta decirle que la adoras? ¡Díselo!, verás como va a cambiar tu mundo.























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