El lenguaje que usa el presidente de la república le es ajeno, desde el punto de vista ideológico, a muchos de quienes votaron por él y que ahora se sienten decepcionados. Pequeñas frases como “primeros los pobres”, “estamos en la cuarta transformación”; o, la más reciente de este miércoles: “Qué bien que están pasando todas estas cosas para replantearnos la forma de gobierno y no dejarnos apantallar aceptando recetas del extranjero, implementando una política antipopular y entreguista”.
Son todas estas citas producto de una formación ideológica más radical que la que muchos se planteaban, pues el proyecto de nación de López Obrador tiene que ver con un cambio verdadero. No como el que pregonó Vicente Fox, Calderón o Peña; quienes se valían de los desaciertos de su antecesor para promover “un cambio” fiticio al que propiamente es mejor llamado “transición”.
El presidente procura más equidad, pero no entiende que para lograrlo era indispensable, ante todo, educar a la población sobre temas más complejos sobre cómo funciona la economía. Cree que con sólo culpar al “neoliberalismo” para describir la situación actual de desigualdad social, corrupción, violencia, etc. podrá convencer a sus seguidores. Cuando la inmensa mayoría no sabe lo que es el liberalismo económico, el capitalismo, la socialdemocracia, el socialismo, y mucho menos el comunismo.
La gente no está preparada para esa conversación. Votó por él por el hartazgo del PRI y del PAN. No hay en el país en este momento militantes políticos. No existen escuelas de cuadros formados ideológicamente para quedarse en sus filas. Los ciudadanos quieren ver un cambio, pero este jamás llegará porque para lograrlo es necesario que exista una preparación y participación política activa todos los días. Con manuales, libros y líderes que no sólo discurran en los problemas superficiales; sino que instruyan a las masas.
El desplome de El Peje en las encuestas además de lo anterior tiene que ver con su falta de congruencia. Despotrica contra la prensa (hoy lo hizo con Proceso, La Jornada, Excélsior y Ciro Gomez Leyva); pero perdona y dice que es amigo de Javier Alatorre. Juzga a sus antiguos aliados por sus intenciones, pues cree que tiene esa capacidad mística de leer los corazones. Situación además que nos lleva a otra de sus contradicciones: enarbola el estandarte de Juárez, pero trae los escapularios de la iglesia católica. Defiende la libertad de credo, pero pacta con el PES, de formación evangelista.

No apoya a los pequeños empresarios, comerciantes o impulsa a las pymes; pero tiene como asus aliados a Ricardo Salinas Pliego, de Tv Azteca; Bernado Gómez, de Televisa; Carlos Hank González, de Banorte, Miguel Alemán Magnani, de Interjet; entre otros. A ellos los obliga a comprar billetes del avión presidencial; pero no a dar las despensas que, en su lugar, está obsequiando el crimen organizado para tener bases que los apoyen en sus respectivas regiones.
Tiene en su gabinete a ex priistas; pero además perdona las tropelías de Bartlett, Ana Gabriela Guevara, Enrique Peña Nieto, Elba Eshter Gordillo, Carlos Romero Deschamps, Javier Bonilla, etc.
Tiene la visión de recuperar una soberanía que hace tiempo fue endosada a la globalización. Él mismo firmó nuevamente el nuevo tratado comercial entre EEUU y Canadá. Le apuesta a la autonomía energética, cuando Pemex está quebrado –aunque no sea él el responsable–. En materia de política internacional se cierra ante el mundo. No apoya a los migrantes. Acepta los designios de Donald Trump para usar la Guardia Nacional en la frontera sur.
Y en México, en lugar de acabar con la corrupción con bisturí, lo hace a machetazos. Arrancando programas que organismos internacionales, como la CEPAL, estimaban como ejemplos: comedores comunitarios –que tanta falta hacen en estos momentos–, desapareció Prospera para darle becas a quienes en la realidad y en su inmensa mayoría no están trabajando. Quitó subsidios a guarderías y al INADEM.
Quienes esperaban una izquierda moderada que fuese prudente en la necesaria distribución de la riqueza se equivocaron. Andrés Manuel va por más. Pero no se da cuenta que el pueblo no está preparado, y no lo estará nunca porque desde el principio ha demostrado ser incongruente. Simplemente no lo entenderán.
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