Omar G. Nieves
A los cuatro lectores del Cotarro Político:
Pareciera que el moño negro es el distintivo que describiría a las letras nayaritas en este mes que inicia, y que deja, sobre todo para muchos de los que nos dedicamos al periodismo, una profunda pena por la culminación de la pluma sagaz e ingeniosa de Rubén Rivas, Alí Chumacero, Héctor Gamboa, y ahora, como renegando por quedarse solo, la de nuestro director general, Edgar Rafael Arellanos Ontiveros.
Polemista e irreverente como siempre fue, El Pipiripau desde su Cotarro Político relataba el acontecer del estado y del país poniendo a los políticos en su lugar. Sin miramientos los desmitificaba, exhibiendo sus triquiñuelas, sus simulaciones – que más aborreció –, y sus equivocaciones, que nunca perdonó, ni aunque fuesen mínimos; de todo se valía para caricaturizar en su columna lo absurdo de los actos humanos.
La sátira política que usó don Edgar Arellano en su columna es de un estilo muy singular. Para leerlo había que tener un diccionario y un rosario en cada mano, por aquello que le gustaba entrelazar ideas geniales con expresiones a veces muy maldicientes. Desagrado de muchos, enemistades de otros, entendimiento de pocos. No por nada el cronista solía dirigir sus artículos a “sus cuatro lectores”. Evidentemente, a aquellos que sabían la utilidad de los términos en que los vertía.
El director del Express murió como lo hacen los campesinos cuando salen al campo y en el duro trajín del día caen en la tierra labrada de frente al sol, bien ceñidas las botas. Su último editorial se publicó el martes de la semana pasada. En él una vez más atribuyó una frase a uno de los tantos personajes que usó para satirizar sus impresiones sobre hombres de la vida real, a los que algunos estimó de veras, y a otros detestó o ignoró. El Pipiripau escribió: “Con la muerte de grandes amigos poetas y escritores, no me queda otra más que resignarme y esperar mi turno”.
Antes, el 21 de septiembre el mismo cronista escribió un párrafo en memoria de un compañero del gremio cuyo texto podría leerse ahora en su honor: “Malas noticias para el medio periodístico, ayer falleció uno de los periodistas más viejos de Nayarit, quien se fue sin dejar huella a su paso, pues no crió, mucho menos creó, alguna corriente periodísticamente hablando; admiramos siempre de Juan José Ley Mitre la entereza de haber hecho una numerosa familia al amparo de la revista impresa en papel revolución, de escasísimas páginas, dueño de un corazón muy grande, como las sandías que se dan en los feraces campos de Tecuala, pudo mantener la gallardía en un mundo donde el respeto hacia los viejos se desdibujó, donde la juventud quiere desplazar al conocimiento y acaba por enredarse en las pitas de la molicie. Pero sin olvidar al Chino Ley Mitre, desde aquí esperamos que siga editando sus pensamientos, aunque ahora con la tinta de su sangre de la eternidad. Descanse en paz nuestro amigo y colega, con quien tengo pensado encontrarme pronto”.
El legado que deja don Edgar Arellano en nuestro estado abarca un cuarto de siglo. Tiempo de vida que tiene el Express. Sin embargo su trayectoria – que por la distancia de edades desconozco –, debe ser más extensa.
Su crónica puntillosa se extrañará. ¿Quién exhibirá la desfachatez de los políticos con la picardía con que escribía El Pipiripau? Su partida deja un vacío en estas páginas y en estas líneas que difícilmente se podrán llenar. Los que lo conocimos, sus cuatro lectores, no tendremos más lecciones que las que han quedado registradas en la hemeroteca de este diario. Ahí tendremos una fuente de consulta obligada e inagotable a donde acudiremos cada vez que queramos aprender una palabra, una regla gramatical, de ortografía, o simplemente para ensayar un estilo que desnudó la política local, en los tiempos y en la forma en la que al Pipiripau le tocó vivir.
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