Quise tranquilizarme, pero de momento no pude. Mi presión arterial se disparó un poco, aunque nada de cuidado. Traté de ocultar mi nerviosismo a través de la conversación que, antes de la cirugía, sostuve con Tula y con Luz, las enfermeras que asistieron al anestesiólogo Francisco González y al médico cirujano, Juan Cavazos. ¡Equipazo!
Afortunadamente no tuve problemas preoperatorios. Cumplí al pie de la letra con el protocolo de valoración contando para ello con el apoyo del doctor Héctor Arciniega, director del Hospital Integral Comunitario de Ixtlán. Solamente se me recomendó cuidar mi único riñón y seguir un tratamiento por hipertrigliceridemia —elevación de triglicéridos—.
Se trató de una cirugía ambulatoria; aunque no de pocos riesgos, pues habría que tomar en cuenta el tipo de anestesia —la menos dañina para el riñón—, posible sangrado e infección. De todo se me advirtió y, como ocurre en estos casos, tuve que firmar mi consentimiento.
A las 8:00 de la mañana del lunes se autorizó mi internamiento; pero desde que ingresé al nosocomio me di cuenta de la gran calidad humana no solo del personal médico, enfermeras y directivos, sino también de administrativos e incluso de afanadores.
Me asignaron una cama donde no había un solo paciente. Me encasqué la bata e intenté relajarme mirando los posteos de Facebook y los mensajes de familiares, amigos y contactos que mantengo en WhatsApp. Logré tomarme una selfie en tanto se llegaba el momento de trasladarme al quirófano
Poco antes de las 10:00 llegó Topete, el enfermero. Fue él quien me llevó a aquel espacio, pulcro, limpio, cómodo. Me recibió Tula y Luz; la primera de ellas con amplia experiencia en al área quirúrgica y la segunda como enfermera instrumentista.
A los pocos instantes apareció el médico Francisco González Rubio, el anestesiólogo y a los pocos segundos llegó el doctor Cavazos. Me tomaron los signos vitales, valoraron mi situación, acomodaron todo y… ¡Manos a la obra!
“Anestesia local”, fue lo que dispuso el primero de ellos y no pasó mucho tiempo para sentir los efectos. Percibió algo caliente en mi abdomen y segundos después se me entumeció medio cuerpo; de la cintura hacia abajo.
Perfecto el trabajo del doctor González; pero en ninguna de mis anteriores intervenciones quirúrgicas había sentido el humanismo de un especialista de ese tipo. Se colocó atrás de mí. Me preguntó si era católico y empezó a rezar. Me dio muchos ánimos y me transmitió las mejores vibras.
En tanto eso ocurría el doctor Cavazos —mi cirujano— hizo la parte que a él le correspondía: realizar la cirugía, por fimosis, a su lado Tula y Luz. No hubo ninguna complicación; ¡Éxito total! De ahí se me mantuvo unos minutos en observación y posteriormente me regresaron al cuarto, donde me esperaba ya Omar, siempre al pendiente de mi salud.
De ahí en adelante inició la recuperación. Todo normal y, cuando lo consideraron pertinente se me entregó la hoja de egreso. Pude salir caminando del Hospital Integral Comunitario, no sin antes recordarme las indicaciones del doctor Cavazos, a quien reconozco su profesionalismo y capacidad.
Por eso, desde este espacio expreso mi eterno agradecimiento a todos los que colaboraron para que se me practicara esta cirugía; desde enfermeras, doctores y directivos, hasta el personal administrativo. A todos ustedes, ¡Mil gracias!
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