- En Ixtlán, sigue siendo tradicional la nieve de garrafa, pero Crispín ya no la prepara más, ha partido al más allá.
Empieza a cambiar el clima, sobre todo a punto de medio día se siente el calorcito. Por ello y estando en mi terruño, mi querido Ixtlán, nada mejor que saborear la nieve de garrafa de la Nevería Ruiz.
Llego, pero me pareció que algo no estaba bien. Había mujeres de negro, diálogos que no percibía. La pequeña y vieja estatua de Cantinflas a la que conozco desde hace más de sesenta años, había un no sé qué en su mirada. Como que meneaba su cabeza preocupado e imaginé escuchar – “¡Pásale chato!, por favor no hagas preguntas incomodas, ¿y tu nieve ahora de qué la quieres chato?”.
Pero estaba triste, y fue cuando me percaté que no estaba Crispín, el propietario, al que siempre saludaba y le hacía la trillada pregunta: “¿Cómo estás Crispín?”; y respondía haciendo mención de su añeja enfermedad de las rodillas.
Todo eso; la mirada triste de Cantinflas, las mujeres de luto, la colección de figurillas artesanales de viejecitos que ya no se incrementará, me indicaban que Crispín ya no formaba parte de lo terreno. En tanto un joven le daba vueltas a las garrafas que contienen la refrescante nieve, y otro atendía a la clientela que no percibía lo que yo; sólo querían refrescarse.
Cada ocasión que estoy en mi terruño, mi querido Ixtlán – Tierra de Dios y María Santísima – visito el Templo Parroquial. No sé, algo me jala para que ingrese y recorra con la vista las imágenes. Como que sus rostros cobran vida cuando me persigno ante ellos en señal de respeto. Escucho el tañer de las campanas.
También me gusta recorrer los portales; comprar fruta o chayotes que parecen son horneados. Y si el tiempo me alcanza, camino por algunas de sus calles. Sobre todo las que se encaminan al panteón o al templo del Sagrado Corazón, cerca de donde antaño estuvo el cuartel Militar y actualmente la Escuela Preparatoria.
Recorro – como lo hacía en la bicicleta de mi hermano – el Barrio del Camote, la calle Eulogio Parra, antes conocida como de “las parejas”, pues por esos lugares, recuerdo mi asistencia a los bailes de cumpleaños u otras celebraciones familiares amenizadas con tocadiscos, cuyos discos eran de acetato, negros de 33 revoluciones; pues se decía: “Donde bailan y tocan todos se abocan”, y nunca me negaron el acceso. Casi siempre visito la tumba de mis padres y mi recorrido siempre concluye en la Nevería Ruiz para saborear el refrescante helado.
La Nevería Ruiz, ubicada en la calle Zaragoza, local conocido también como LA QUINTA RUIZ y hace muchos años me dicen que se llamó el MESON VERDE. En esta ocasión pedí como acostumbro nieve de vainilla con fresa; pero seguía con la inquietud de preguntar por Crispín que siempre estaba sentado, supervisando que los jóvenes empleados atiendan bien a los sedientos cliente, pero me abstuve. Todo estaba claro: mujeres vestidas de negro, entre ellas la esposa de Crispín. Finalmente me enteré que falleció a finales de enero.
CRISPIN RUIZ LEONOR, propietario de la nevería y heredero de la fórmula tradicional de las nieves da garrafa tan popular en Ixtlán, falleció, pero el secreto de la fórmula que da ese agradable y refrescante toque peculiar que conquista a los cliente, persiste desde los años cuarenta del siglo pasado, y varias generaciones la han saboreado. Mucha gente que nos visita – sobre todo en las fiestas tradicionales; los domingos que llegan las personas de las comunidades a realizar sus compras o ventas de lo que se produce en sus pueblos o ranchos – no se retiran sin antes refrescarse con la nieve de garrafa.
Ahora hay más variedad: Vainilla, fresa, beso de Ángel, limón, y frutas de la temporada. La Nevería fue fundada por don Guadalupe (a quien se le conocía como el bolero) Ruiz y su hermano Blas Ruiz, padre de Crispín. Su señora madre fue doña Fidela Leonor.
Recuerdo la Nevería en los años de mi infancia y adolescencia en el Portal Largo, frente a la tienda de ropa de la familia Partida. El local contaba con mesas y sillas y la nieve la servían en copas de vidrio y era acompañada con galletas de nieve, esta última tradición aún persiste.
La Nevería se llamó RIO NILO, y como atractivo tenía la pequeña estatua de Cantinflas, que aún se conserva en el actual comercio.
Recuerdo que hubo otra nevería que se llamaba Río Rin. La nevería que actualmente lleva el nombre de Río Nilo, está en un extremo del jardín Eulogio Parra, y tal parece que tiene semejante sabor y calidad que la que se elabora en el local de Ruiz, pues se sabe que don Guadalupe le sugirió a uno de sus empleados que se independizara, y como conocía la fórmula de preparación, le tomó la palabra y se dedicó a la elaboración y venta del refrescante helado que también lo ha heredado a sus descendientes.
Este establecimiento continuó con el nombre original de Nevería el Nilo, pues no existía el registro de patente, ni derecho de autor.
Don Guadalupe dejó en manos de su hermano Blas, la nevería que se ubica en la entonces Quinta Ruiz, donde en años cincuenta se celebraba algunos bailes, después se rentaban baños y finalmente hasta nuestros días es Nevería, ya sin Crispín,; pero el toque de preparación continúa en manos de su descendencia y esperamos sea por mucho tiempo, ya que este refrescante manjar nada tiene que ver con las nieves que se expiden en tiendas de auto servicio preparadas con jarabes y saborizantes y otros productos químicos. Descanse en Paz el paisano Crispín. escanio7@hotmail.com
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