Temerosos, inquietos, ¡Muy nerviosos todos! Una situación tensa en extremo. Intercambio de miradas en familia. Se había llegado la hora, ¡pero mi esposa no salía del cuarto!; ¡Algo estaba pasando!
Momentos de angustia, pero también de esperanza, porque todo estaba listo para el trasplante. Cuarto piso, torre de especialidades.
¡Tres años en hemodiálisis!; tres años yendo tres veces por semana de Ahuacatlán a Tepic y al menos dos a Guadalajara por cuestiones del protocolo.
Bethy Arvizu, la donadora, vino para concluir la obra más importante que un ser humano puede realizar: donar uno de sus órganos; desprenderse de una parte importante de su cuerpo para prolongar la vida de un semejante y que agraciadamente resultó ser mi esposa. Y hoy, ¡Justamente hoy se cumple un año de esa hazaña!
¡Más admirable aún!, pues sin siquiera ser familiares, Bethy decidió donar uno de sus riñones. ¡Vaya!, tampoco la conocíamos físicamente; solo de manera virtual, es decir, por Internet. ¡Sí!, ¡Por Internet!… así fue como se estableció el contacto con ella.
Radicada desde hacía 28 años en San Diego, California, ella dejó comodidades. Tomó sus ahorros y, decidida, traspasó la frontera norte para internarse a este país tan estropeado llamado México. Donald Trump aún no figuraba en la escena internacional.
El 26 de septiembre de 2014 la recogimos en Puerto Vallarta. De ahí en adelante se sometió, junto con mi esposa, a los estudios clínicos indicados por el doctor José Nieves, del área de Nefrología del Centro Médico de Occidente.
Así inició el protocolo del trasplante. ¡Cuántos estudios de laboratorio! ¡Cuántas desveladas!, continuas valoraciones médicas de las distintas especialidades, fuertes desgastes económicos. En fin.
Después de un año y cuatro meses, la Comisión de Trasplantes fijó la fecha: 25 de enero del 2016; pero había que internarse dos días antes. Y fue así como se presentaron el sábado 23 para ser “preparadas”. Cuarto aislado del cuarto piso. Camas 412 y 413.
Todo parecía estar listo para ser conducidas al quirófano. Lunes por la mañana; pero en eso recibimos la noticia: “El trasplante se va a posponer”, nos dijeron. Habían llamado de urgencia a tres pacientes que se encontraban en la lista de espera tras presentarse un donador cadavérico al que le extirparían sus dos riñones y el hígado
Ni modo. Bethy y mi esposa continuaron en el cuarto aislado. La dieta no cesó. Horas de intenso sufrimiento, de angustias y zozobras. Llegó el martes…martes 26 de enero, ¡Hace justo un año! Las tensiones se multiplicaron.
Desde antes del amanecer la familia se reunió en los pasillos del cuarto piso. Por momentos pensamos que el trasplante se vendría abajo debido a una crisis emocional de mi esposa. Bethy estaba más tranquila. A las ocho de la mañana con 47 minutos llegó el camillero por ella para ser conducida al quirófano…
Pensamos que enseguida harían lo mismo con mi esposa. ¡Los minutos se hicieron siglos!; algo estaba pasando. Un doctor sostuvo que ella estaba “bloqueada”. La adrenalina se disparó al mil. Todos nos sumimos en una angustia terrible. Mi cabeza de pronto empezó a dar vuelta; sentí que perdía el conocimiento. No quise asustar a mis hijos. Subí al quinto piso; me recosté en los sillones y, de pronto, ¡Ya no supe de mi!… Perdí la noción del tiempo. Al volver en sí, miré a mi familia alrededor; pero ellos no se dieron cuenta que me había desmayado.
Bajamos de nuevo al cuarto piso. Omar sostuvo una breve charla con un doctor y respiramos aliviados cuando vimos a mi esposa salir del cuarto envuelta en una sábana completamente esterilizada. ¡Ahora sí se había llegado la hora!
Bethy y mi esposa se reencontraron en el quirófano. En breves minutos se realizaría el trasplante. La familia estuvo siempre a la expectativa, pidiendo a Dios que todo saliera bien.
A las 12:42 sacaron a Bethy. Estaba sedada. Aún así preguntó por “Tachita”. De ahí fue conducida al área de Recuperación. Anahí permaneció atenta a ella, mientras nosotros esperábamos informes de mi esposa.
Pasaban unos minutos de las dos de la tarde cuando vimos salir del quirófano al doctor Gerardo García, el galeno que implantó el riñón. “Todo salió muy bien. No hubo complicaciones. Ella ya está en el área intensiva”, nos comunicó.
Mi esposa permaneció en ese espacio durante casi dos semanas. Su nuevo riñón –donado por Bethy – de inmediato hizo su función. Rápido se eliminaron las toxinas. De ahí en adelante se le suministraron los medicamentos post trasplante.
De eso, insisto, hace justamente un año. Mi esposa continúa con su tratamiento para cuidar lo mejor posible ese bendito órgano que de manera altruista le donó Bethy Arvizu, quien a su vez regresó a los Estados Unidos sin esa partecita de su cuerpo. ¡Bienaventurada sea ella!
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