Cuando al principio de este año se le preguntó a Geraldine Ponce qué cualidades debe tener una mujer para gobernar a nuestro país dentro del certamen “Nuestra Belleza México”, su respuesta me recordó el discurso y la propuesta que desde hace tiempo tiene pregonando Andrés Manuel López Obrador en su recorrido por la república.
La hermosa Geraldine indicó que la cualidad más importante para gobernar es “el amor”. “Amor por México – dijo – para no permitir que propios ni ajenos le hagan daño. Así como la honestidad y la entrega para hacer que México tenga el lugar que se merece en el mundo”.
Desconozco que tanto tomen en cuenta los jueces de este certamen para ponderar una respuesta dónde el amor y la honestidad sean los atributos que cualifiquen a un hombre para gobernar a un país. Pero más allá del amor por la patria, del que he escuchado hablar, sobre todo, a muchos políticos de izquierda, me pregunto qué tanto pude cundir ese ejemplo a toda una nación dónde la corrupción es el vicio más arraigado en la sociedad.
Lo plantearé de otro modo: ¿Qué garantía tenemos de que un hombre virtuoso cambie la forma de ser de un pueblo, y más aún que cambie el sistema de estado y gobierno? No dudo que un hombre como Andrés Manuel López Obrador tenga las credenciales para hacer una “revolución pacífica”, como lo indicó en una reciente entrevista que le hice. Empero, un hombre sin fuerza, sin poder político para movilizar a un ejército armado, organizado desde el pueblo o la propia milicia, no tiene garantías de depurar la maldad de este régimen que padecemos.
Casos de idealismo y entrega heroica tenemos muchos. El Che Guevara no pudo con su proyecto de una América Latina Unida, fue asesinado en Bolivia por agentes de la CIA. Salvador Allende fue acribillado en el palacio de gobierno de La Moneda por creer en la democracia como método hacia un socialismo humano. Y años más atrás Gandhi logró avances en la unificación y la independencia de su país, pero ahora esa India que soñó libre de mercaderes está plagada de la rapiña capitalista.
Y si se piensa que Cuba es la excepción ese juicio queda empañado por la falta de libertades políticas (sólo existe un solo partido político), el rezago en materia tecnológica, y una burocracia cada vez más corrupta como la que acabó con la URSS. A eso es a lo que Adolfo Sánchez Vázquez llamó socialismo real.
En conclusión: se necesita un gobernante fuerte, con mucho poder, sabiduría y amor por la humanidad para limpiar la Tierra como lo haría cualquiera en una casa plagada de bichos. (Salmo 37:11,12 Apocalipsis 11:18).
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