La cita en Laboratorio del Centro Médico había concluido. Había tiempo de sobra. Así es que nos introducimos a un restaurante situado exactamente frente a la rampa de Urgencias. El hambre empezó a hacer presa de mí.
Ocupamos una de las mesas, cercana a un televisor. Después de ordenar su platillo, César se dirigió al baño. Yo me quedé solo, observando a mí alrededor. A cinco metros divisé a unos hombres robustos, bien vestidos. O son narcos o son políticos, pensé para mis adentros.
A un costado se había sentado una familia compuesta por cuatro mujeres y un joven; y enfrente estaban dos grupos de personas. A pesar de la hora, el local no estaba tan vacío. Cuando menos había una treintena de gentes.
Por lo que pude captar, tres chicas, muy jóvenes, habían acudido a este establecimiento previo acuerdo entre ellas. Parecía que no se habían visto en mucho tiempo. Al menos eso fue lo que percibí, por el júbilo con que se abrazaron.
El problema es que cuando se instalaron en la mesa, sus teléfonos celulares empezaron a sonar, con tonos muy sofisticados, por cierto. Incluso hubo un momento en que las tres llamaban al mismo tiempo.
Cuando terminaron de hablar, el mesero les había arrimado ya el platillo que cada una había pedido. En un dos por tres acabaron con ellos. Luego pidieron unas bebidas.
Una de ellas recordó algo de pronto y comenzó a teclear en el aparato con habilidad de mecanógrafa. Esto hizo que la segunda recordara también algo y mandara a su vez un mensaje electrónico. La tercera también recordó algo, pero solo se quedó con la vista puesta al infinito.
Los mensajes de las otras debían ser de naturaleza tan importante, que en su ir y venir abarcaron las bebidas y el postres. Fue entonces que me di cuenta que los celulares fueron creados para que estés con una persona y platiques con otra, por los generalmente ausentes.
Las chicas se pusieron enseguida a comparar virtudes y capacidades de sus teléfonos respectivos. Luego, para eternizar el momento inolvidable de su encuentro, pusieron cara de qué padre estuvo la comida y tomaron fotos – con la cámara integrada a sus teléfonos –.
Cabe decir que en las mesas de junto otros celulares no dejaban de sonar. Los hombres se escarbaban los bolsillos del saco como antaño, se buscaban la cartera y las mujeres revolvían sus bolsos con la prisa con que hubieran buscado la pastilla capaz de detener un infarto. La gente que estaba en el restaurante hablaba y hablaba sin cesar, pero no con quienes estaban a su lado, sino con alguien ausente.
Definitivamente – pensé –, los celulares fueron inventados para que los hombres pudieran comunicarse desde cualquier parte; sin embargo, las sociedades evolucionan tan pronto que ahora los sofisticados armatostes conocidos como teléfonos celulares destierran de la vida toda posibilidad de diálogo; ¿O no?
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