Pertenecíamos a partidos políticos diferentes; pero Leopoldo y yo siempre nos profesamos respeto. A veces nos absorbía la polémica defendiendo cada cual su punto de vista, sin embargo, más allá de todo terminábamos las discusiones una vez que se sometían a aprobación nuestras propuestas. Al final del trienio prosiguió la amistad… hasta el momento de su muerte.
La noticia de su fallecimiento me conmovió. Fue su hija la que me informó de su deceso. Ella alguna vez perteneció al equipo de El Regional, como secretaria – contadora. Nos encontramos en el portal de la presidencia y, yo sin saber, le pregunté por Leopoldo. “Vengo a tramitar su acta de defunción”, me dijo, para luego escapar unas lágrimas.
La mala nueva me turbó y me mantuve en silencio unos segundos. No hallaba qué decir. Para no hacer más tenso el momento y ante la presencia de la persona que en esos momentos atendía el filtro sanitario de la presidencia, solamente le expresé mis condolencias sintetizadas en cuatro o cinco palabras.
Una vez pasado ese trance me transporté a los últimos tres años de la década de los 80´s, justo cuando se instauró el Trigésimo Primer Ayuntamiento Constitucional de Ahuacatlán.
Ambos fungíamos como regidores del gobierno que encabezó el oriundo de Uzeta, don Enrique Ortega Lara. El Cabildo se integraba por el síndico, 10 regidores de mayoría y 2 de representación proporcional. Mariano Mendoza y un servidor accedimos a ese cuerpo colegiado a través de ésta última vía.
Entre los ediles estaba Leopoldo Guevara Caro, de Santa Isabel, quien había llegado al cargo a través de la planilla postulada por el PRI, mientras que Mariano y yo obtuvimos esta distinción utilizando las siglas del PDM —el famoso partido del “Gallito”— y del PSUM —el pesún pesado, le decían algunos—, respectivamente.
Había mucha camaradería entre todos nosotros, pero lo que quiero destacar en este caso fue la amistad que desde entonces empezamos a cultivar Leopoldo y yo y no fueron pocas las veces que conversamos de temas triviales, como viejos conocidos.
Muchas veces me mantuvo al tanto de la lucha que estaba librando los cañeros de Santa Isabel con una empresa tequilera. Me contó cómo fue que finalizó la época del famoso ingenio de este poblado y muchas otras cosas más.
La última vez que lo vi le aprecié “una bola” a la altura del cuello sobre su costado derecho. No sé si fue ese problema lo que marcó el final de su existencia; pero lo que sí sé es que Leopoldo y yo seguiremos siendo amigos desde cualquier lugar en que nos encontremos.
Discussion about this post