Pero detrás de cada victoria hay un ejército.
El sonido de la campana no solo resonó en la planta baja, sino que trepó por los pasillos, se filtró en los consultorios y en área administrativa. Tocó corazones y avivó esperanzas en todo el edificio.
Fue un sonido que no anunciaba la llegada de alguien, ni marcaba el inicio de una nueva jornada, sino que proclamaba un triunfo: Erika, mi hija, había concluido su etapa de radioterapias.
Las lágrimas de Erika no eran de tristeza, sino de una emoción que no cabía en su pecho. Se derramaron silenciosas al principio, pero pronto se convirtieron en un río compartido por quienes la rodeábamos.
No hubo quien pudiera contenerlas. La batalla contra el cáncer es cruel, extenuante, pero aquí estaba ella: de pie, después de casi mes y medio de radiaciones, sosteniéndose con la fuerza de su espíritu y el amor de los suyos.
En la Clínica de Radioterapia de Guadalajara, sobre la avenida México en Zapopan, se sintió la fraternidad de esta familia que sabe que cada campanada es una declaración de lucha, de resistencia, de vida.
Los radiólogos, testigos de cada sesión, de cada día en el que Erikami hija se enfrentaba al implacable enemigo, tampoco pudieron ocultar su emoción. Ellos sabían lo que significaba ese momento, no solo en términos médicos, sino humanos.

Desde Ahuacatlán viajamos sus hijos Yaki, Juanito y Erick. También acudieron sus hermanos Xavi, Anahí y César. Yo me sumé a este importante momento. Recibir a mi hija tan pronto como había finalizado su tratamiento de radioterapias. Todos vestidos de rosa.
Pero detrás de cada victoria hay un ejército. Y el de Erika se conformó de guerreros incansables: su madre, Tacha (mi difunta esposa), cuya ausencia física no impidió que su fortaleza y amor la guiaran en esta batalla; su hermano Omar (mi hijo fallecido apenas en julio pasado), siempre presente, sosteniéndola con su experiencia y su corazón. Su esposo, Juan Nolasco (mi yerno), no solo fue compañero, sino bastión, apoyo inquebrantable. Claudia (mi nuera),su cuñada, fue otro pilar en esta estructura de amor y entrega. Y Anahí (mi otra hija), su hermana, que desde Ahuacatlán hizo todo lo posible por sostener a la familia en los momentos de mayor tensión y desesperanza.
No se puede hablar de esta victoria sin mencionar a la familia Romero Lomelí, en especial a Jero y a Nene, así como a sus hijos, Jero Jr., Carlos, Héctor y Susy; incluyendo por supuesto a la señora Luz. Sin su apoyo, el camino habría sido mucho más duro.
La batalla contra el cáncer no es solo del paciente, sino de todos aquellos que aman, que sostienen, que abrazan en los momentos de mayor fragilidad.
Ahora, la mirada de la familia está puesta en los siguientes pasos. La lucha continúa, pero con la certeza de que la ciencia, la experiencia y los conocimientos de la familia Morgan serán aliados fundamentales en lo que está por venir.
La batalla no ha terminado, pero hoy, al menos hoy, la familia Nieves Cosío celebra una victoria.
A todos los que, de una u otra manera, han extendido su mano, su apoyo moral, su ayuda económica o simplemente han ofrecido una palabra de aliento, ¡gracias!¡Muchas gracias!
La campana no solo anunció el fin de una etapa, sino el eco de un espíritu inquebrantable que sigue resonando en cada uno de nosotros.
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