Francisco Javier Nieves Aguilar
Un chico del interior se va a la universidad al Distrito Federal, pero a la mitad del semestre se le acaba el dinero que le dieron sus padres. Se le ocurre entonces una idea brillante y llama a su padre.
— Papá, no vas a creer las maravillas modernas de la educación en este sitio. Resulta que aquí en mi universidad tienen un programa para enseñar a hablar a los perros.
El padre entusiasmado le contesta:
— ¿Y cómo puedo hacer para que acepten a Boby, el perro de la casa?
— Solo envíamelo con 10 mil pesos y yo me encargo de matricularlo.
Así es que el confiado padre envía al perro con los 10 mil pesos; y poco antes de terminar el semestre, el muchacho se gasta de nuevo el dinero y decide volver a llamar a su padre. El padre interroga:
— Bueno, y ¿Cómo le va a Boby? — le pregunta.
— Increíble, papi. Ya habla hasta por los codos, pero ahora resulta que hay otro curso más avanzado, para enseñar a los perros a leer.
— ¡No jodas! ¿Y cómo hago para que entre a ese curso?
— Solo envíame ocho mil pesos y lo inscribo en ese nuevo curso.
Así es que el ingenuo padre le envía el dinero. Pero al final del curso, el chico se da cuenta que el perro no sabe ni hablar, ni leer, ¡nadita de nada!; así es que le mete un tiro al perro.
Cuando llega a su casa al final del semestre, el padre está feliz, esperándolo…
— ¿Dónde está Boby? Estoy deseoso de escucharlo hablar y leer. Ya tengo separada una revista de animales para que me la lea.
— Papá, no me lo vas a creer. Ya lo tenía todo preparado para el viaje, cuando veo a Boby acostado en el sofá, leyendo los principales diarios nacionales, como todas las mañanas. De pronto me dice: “Bueno, ¿Y tu papá sigue todavía acostándose con la pelirroja esa que vive enfrente de la casa?”.
Y el padre le contesta:
— Espero que le hayas metido un tiro a ese inche perro hijoesú, antes de que hable con tu mamá.
— Claro, papi ¡Eso fue exactamente lo que hice!
— Así se hace, hijo.























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