Las rosas son tradicionalmente las flores de la cortesía y el cortejo. Regalar rosas blancas o rosadas expresan nobleza, dulzura y sinceridad. Las rojas, como el color de la sangre, reflejan atrevimiento, pasión y un espíritu de sacrificio, de sacrificio por la persona a la que se le obsequian.
El rosal, la planta que forma la rosa, tiene que estar en tierra fértil y crecer en un ambiente templado. Se debe podar regularmente con mucho cuidado para que sus tallos espinosos no impidan su desarrollo. Debe mantenerse limpio de plagas y cortar los tallos secos que se forman para evitar que la fibra seca se extienda hacia otros lugares.
El jardinero debe cultivar gran abnegación para mantener el suelo limpio y hacer su faena con constancia. Por otro lado, la mayoría que se dedican a esto coinciden en que las flores perciben la sensibilidad de quienes se abocan a su cultivo.
Muchos recordarán a mi abuela Geña en el jardín de rosas que plantó mi tío Ramón, su yerno. Allí saludaba a la gente que pasaba y la veía tendida sutilmente en la tierra para cuidar de sus «matitas». Pocos saben que en secreto les susurraba a cada una chiqueándolas como si fuesen sus hijos…
Mujer prolífica que dio a luz a once criándolos en la adversidad con gran espíritu de abnegación. Empezando con Chayo y Felipe; y siguiendo con Ana, Gloria, Beto, Charro, Poli, Cera, Rosa, Martha e Irma. Todos tan ingeniosos, dicharacheros, orgullosos y trabajadores como su madre. Además de revolucionarios, como lo fue mi abuela. Su filiación de izquierda, y su lucha social es todavía recordada por quienes lideraron y fueron sus compañeros en varias organizaciones sociales. Anécdotas hay muchas, pero el espacio es corto.
Mujer temeraria que no se amedrentaba ni quejaba de sus heridas, por muy dolorosas que fuesen. Tenía la capacidad de sacar cuentas de la aritmética y el álgebra con una lógica excepcional. Si una hora antes de su muerte se le hubiese preguntado el número y los nombres de todos [más de cien] sus nietos, bisnietos y tataranietos se los hubiera dicho como un rosario. En sus años mozos o en la edad madura, sabía cuánta fruta había en cada árbol de la huerta. Nadie la timaba, y si alguien osaba hacerlo sufría las consecuencias.
A su edad, cercana a los 90 años, podía hablar de cualquier tema pasado o reciente. Le gustaba ver las noticias todas las noches y saber la tabla de puntuaciones de la Liga Mexicana de Fútbol. Religiosamente leyó nuestro periódico por muchos años, hasta que se le agotó la vista. Su disciplina y sus deseos por vivir era tal, que nunca dejó de tomarse los medicamentos y brebajes que ella misma se hacía, por muy desagradables que parecieran o supieran.
Las rosas son bellas desde que emerge el primer botón. Pero mi abuela Geña mostraba sus cardos y espinas en cada revés, en cada tropiezo, enfermedad, dificultad o problema; no para victimarse como muchos lo hacen, sino para demostrarnos a todos que en esta vida podemos sufrir sin desfallecer; sentir un dolor tan grande que puede tragarse con un poco de buen humor, como el último sorbo que dio y que Jehová tal vez se lo tome en cuenta en el día de la resurrección.
Como dice la canción: “Si haz de tener una rosa, tienes que mirar la espina, si no sabes del dolor, no sabrás de la alegría”. El jardín no ha sido el mismo desde que mi abuela quedó postrada hace más de un año. El jardín no será lo mismo sin ella. Pero sabemos que hay otro donde ya no producirá cardos y espinos, y donde nos gustaría verla a ella nuevamente hacer su labor.
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