Mientras relataba la historia se iban entrelazando las palabras del arqueólogo Jorge Beltrán sobre el sitio arqueológico milenario que apenas se atisba con los hallazgos de los primeros 100 cuerpos sepultados en la necrópolis.
El respetable señor no solo dio su palabra de que lo dicho era verdad, sino que se ofreció a llevarnos hasta el lugar para evocar aquellas visiones que tuvo durante su juventud.
En La Pitayera, en las faldas del Ceboruco, justo donde se han encontrado las tumbas de tiro y la plaza ceremonial, había un árbol de Mezquite en donde reposaba un hombre con un prodigioso soyate. Ese sujeto al que nunca se le vio el rostro, solía aparecerse y desvanecerse en cuestión de segundos.
Quien lo relató juró que así era, y que además por las cercas de piedra que allí se encuentran llegó a ver lengüetas de fuego que salían de entre las rocas.
No son pocos quienes han tenido este tipo de experiencias. Hallazgos de monos y metates que aún guardan algunas personas en sus casas los han extraído de allí. Algunos han sido expuestos en la Casa de la Cultura, otros seguramente circulan de mano en mano, entre quienes gustan de artesanías arcaicas.
Relatos menos veraces son aquellos que aseguran haber desenterrado osamentas de humanos más grandes que los del promedio. Son historias de antiguos moneros que en base a experiencias paranormales fueron dando con las riquezas arqueológicas de los antiguos moradores de Ahuacatlán.
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