Francisco Javier Nieves Aguilar
La oficina del Express Regional se engalanó con la presencia de un nuevo huésped. Karla, la secretaria lo condujo hasta el fondo, como para alejarlo de las miradas curiosas.
Durante un buen rato se mantuvo en su sitio, dormitando; pero el tedio seguramente lo aburrió y empezó rasguñar la caja de cartón, como para llamar la atención.
De pronto y ante la indiferencia de la secre, nuestro invitado “saltó las trancas” y, con todo cinismo, se paseó gozoso por todo el inmueble. Traspasó el cubículo del director y de ahí se dirigió a la recepción.
“¡Condenado!, ¡Ya te saliste!”, le dijo Karla al verlo. Luego lo tomó entre sus brazos y lo transportó de nuevo a su improvisado aposento.
Se trataba de una hermosa perrita de algunos dos meses de edad, color caramelo y de pezuñas blancas, hocico negro, ojos claros y brava de carácter.
“¿Y cómo se llama?, le preguntaron a Karla. “No pues, ¡Todavía no tiene nombre!”, respondió ésta, mientras acomodaba unos periódicos en el archivero. “¡Pues le vamos a poner La Corcholata”, señaló el director. Nadie objetó nada.
Por segunda ocasión, el diminuto can traspasó su cerco, en franco reto a la secretaria, quien crispó sus puños en señal de enojo. “Déjala, déjala, pobrecita”, le dijo el director. La secretaria obedeció, dejando pues en libertad a la inquieta Corcholata.
Meneando su cola, la pequeña perrita abusando de su descaro se introdujo al baño, husmeó por debajo de los escritorios, subió sus pezuñas a los reclinatorios y todavía tuvo la desvergüenza de ladrarle al patrón.
Luego, aprovechando un descuido, La Corcholata se encaminó hacia el cubículo del director. Dio algunas vueltas alrededor del sillón y, de pronto, alzó sus patitas ¡Y que se orina ahí mismo!
La Corcholata dejó un pequeño charco incoloro e inodoro; pero, cosa curiosa, a pesar de todo se ganó el cariño de todo el personal del Express Regional; ¡Qué hermosa perrita!, ¡Verdad de Dios!
Francisco Javier Nieves Aguilar
La oficina del Express Regional se engalanó con la presencia de un nuevo huésped. Karla, la secretaria lo condujo hasta el fondo, como para alejarlo de las miradas curiosas.
Durante un buen rato se mantuvo en su sitio, dormitando; pero el tedio seguramente lo aburrió y empezó rasguñar la caja de cartón, como para llamar la atención.
De pronto y ante la indiferencia de la secre, nuestro invitado “saltó las trancas” y, con todo cinismo, se paseó gozoso por todo el inmueble. Traspasó el cubículo del director y de ahí se dirigió a la recepción.
“¡Condenado!, ¡Ya te saliste!”, le dijo Karla al verlo. Luego lo tomó entre sus brazos y lo transportó de nuevo a su improvisado aposento.
Se trataba de una hermosa perrita de algunos dos meses de edad, color caramelo y de pezuñas blancas, hocico negro, ojos claros y brava de carácter.
“¿Y cómo se llama?, le preguntaron a Karla. “No pues, ¡Todavía no tiene nombre!”, respondió ésta, mientras acomodaba unos periódicos en el archivero. “¡Pues le vamos a poner La Corcholata”, señaló el director. Nadie objetó nada.
Por segunda ocasión, el diminuto can traspasó su cerco, en franco reto a la secretaria, quien crispó sus puños en señal de enojo. “Déjala, déjala, pobrecita”, le dijo el director. La secretaria obedeció, dejando pues en libertad a la inquieta Corcholata.
Meneando su cola, la pequeña perrita abusando de su descaro se introdujo al baño, husmeó por debajo de los escritorios, subió sus pezuñas a los reclinatorios y todavía tuvo la desvergüenza de ladrarle al patrón.
Luego, aprovechando un descuido, La Corcholata se encaminó hacia el cubículo del director. Dio algunas vueltas alrededor del sillón y, de pronto, alzó sus patitas ¡Y que se orina ahí mismo!
La Corcholata dejó un pequeño charco incoloro e inodoro; pero, cosa curiosa, a pesar de todo se ganó el cariño de todo el personal del Express Regional; ¡Qué hermosa perrita!, ¡Verdad de Dios!
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