GUILLERMO SÁNCHEZ LIZÁRRAGA.
Edificios históricos que aún permanecen en pie, paredes que fueron testigos de hechos y acontecimientos de un pasado del que no fuimos parte y que por medio de historiadores, escritores e investigadores podemos darnos cuenta del sistema de vida de aquellas épocas.
El casco de la hacienda de la Ciénega lo recuerdo desde mi infancia. El trapiche para producir piloncillo se encontraba al lado de este lugar, estamos hablando del año 1967.
Tuve la curiosidad de conocer la hacienda y platicar con sus moradores en esa época. Consistía en tres habitaciones de diferentes dimensiones.
Ingresando de norte a sur se encontraba un patio que era el punto de conexión de los tres cuartos de la finca. Cada cuarto tenía su propia entrada y puerta de acceso. Hacia el oriente era el más pequeño. Parecía era utilizado como habitación del administrador de la hacienda.
El de enmedio con orientación hacia el norte, parecía la tienda de raya y el faltante hacia el poniente el más espacioso y gigantesco utilizado como granero.
Algo que me quedó muy grabado en mi memoria: La puerta del cuarto de enmedio tenía una viga grabada con letras que nunca pude descifrar, quizás estaban impresas en latÍn y recuerdo un número representando el año 1867.
Tiempo después la viga desapareció, tenía el tamaño de un durmiente de las vías del ferrocarril.
En la actualidad es posible visitar el lugar y desde el exterior apreciar las paredes construidas en adobe, esto en el área del granero. La ventana conserva su diseño original con un banco de panocha o piloncillo atravesado para reforzar. Estos moldes eran utilizados para darle la forma de lingote al piloncillo y después empacarlo en cajas para facilitar su transportación y distribución.
Hablando con residentes del poblado de La Ciénega me dicen que desde hace varios años nadie se atreve a vivir en ese lugar. Por las noches -me comentan- se escuchan sonidos raros y algunos aseveran haber visto fantasmas. Lo mejor sería pasar una noche en ese lugar y comprobar por nuestra propia cuenta y de esa manera podríamos disipar esas dudas.
Las haciendas en su tiempo eran propiedades muy grandes en las que se cultivaba y se criaba el ganado. Los productos que en ellas se producían eran la caña de azúcar, tabaco, henequén, cereales, algodón y sin faltar los destilados pulque y mezcal.
Las haciendas más grandes en su interior tenían almacén, guarda granos, tienda de raya, escuela, jacales para los peones y hasta una capilla.
Dentro de las tiendas de raya se vendían los productos básicos como maíz, frijol, jabón y hasta aguardiente, estos productos se vendían a un precio más alto que en los mercados.
A los peones se les pagaba su trabajo con estos artículos. En ellas el administrador llevaba la contabilidad y registro de todas las compras y deudas y que en la mayoría de ocasiones se heredaban a los hijos en caso que los padres faltaran.
Al momento de la paga muchos de los trabajadores o peones no sabían leer ni escribir, por lo que en lugar de firmar solo ponían una raya, desde entonces nos acostumbramos a relacionar el día de pago con la raya, toda una tradición mexicana.
Desafortunadamente esto era un círculo del cual las familias nunca podrían salir de deudas por tan cruel sistema de explotación, haciéndolos trabajar de 12 a 14 horas con salarios miserables.
Recuerdo mucho una canción de Luis Perez Meza y también interpretada alguna vez por el grupo de los Potros en los setentas “ El Barzón” en la que sintetiza toda esta difícil situación que vivían y enfrentaban estas familias en aquellas épocas de explotación del sistema semi feudal del Porfirismo.
Aquí invitamos como siempre, a las autoridades correspondientes para que tomen cartas en el asunto y cuiden de estos lugares, monumentos históricos para el conocimiento y aprendizaje de las nuevas generaciones.
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