- En Ixtlán, en el barrio de Los Indios, los Saldívar, hábiles artesanos, elaboraban chinas o capotes de palma para la protección de la lluvia.
Cada ciudad tiene barrios que son representativos, como el de San Juan de Dios en Guadalajara, San Miguelito en San Luis Potosí, etc.
En mi querido Ixtlán, tierra de Dios y María Santísima, el de Los Indios es nuestro orgullo por los artesanos alfareros que con amor y pasión, ancestralmente a través de generaciones han dado vida al barro elaborando tinajas, botellones, cazuelas, jarros, y muchas cosas más. Pero también en ese barrio, la familia Saldívar, durante muchos años con pródigas manos confeccionaron las chinas o capotes de palma que utilizaban los campesinos para protegerse de la lluvia. Ahora son remplazadas por las mangas de hule e impermeables.
La sangre y genes de este apellidos, las ramas y frutos de este árbol genealógico llegan hasta Nogales, Sonora, en donde surge en la quinta generación Francisco –Pako Cruz Saldívar –, joven deportista del basketball, que ha enorgullecido a los sonorenses y naturalmente a sus padres, hermanos y a todos los Saldívar.
El Jefe de donde anteceden estas generaciones era don Matías Saldívar – tatarabuelo de Pako –, a quien ligeramente recuerdo allá por los años cincuentas del siglo XX.
La familia vivía por el rumbo del Barrio de los Indios, en la calle Ortiz. Estaba casado con doña Atanasia Ruiz. Procrearon ocho hijos: Fermín (bisabuelo de Pako), doña Justa que vendía pollo frito en el portal redondo; doña Zenaida, esposa de don Alfonso Armas, artesano en pirotecnia: los castillos, toritos, luces y buscapiés muy tradicionales en las fiestas de mi pueblo. Inclusive llegó a tener serios accidentes en su hogar donde resguardaba la pólvora. Los otros tres hijos de esta familia fueron: Antonia, María, Tina, Manuel y Francisco.
Había otra persona dedicada a este oficio de la pirotecnia, llamado Pascual, ajeno a esta familia que comento. Éste señor, en las fiestas, cuando se quemaba el castillo y de repente había interrupción en el espectáculo la gente gritaba: “¡Se te cebó Pascual!”.
Don Matías, era de piel blanca y de barba canosa, rechoncho como el Santa Claus, pues el apellido Saldívar es de origen Español. Se ganaba la vida elaborando chinas o capotes de palma que utilizaban los campesinos para protegerse de las lluvias – quizás también llegaría a elaborar los petates ya que utilizaban el mismo material, la palma –. Quienes lo conocieron dicen que también fue arriero y birriero.
Los hijos varones aprendieron este oficio. Específicamente recuerdo a Fermín haciendo estas artesanales chinas. Además era comerciante ambulante que utilizaba para ello una carreta donde vendía frutas de temporada y garapiñados. Era muy sarcástico en sus bromas que soltaba contra cualquier persona. Esto le llegó a provocar situaciones comprometedoras.
Fermín contrae matrimonio con Felicitas Pereyda en noviembre de 1937. Ella contaba con 19 años de edad y él con 26. Procrearon siete hijos: Miguel, Ignacio (Nacho) Antonia, Armando, Refugio, María y Matías.
Felicitas tiene una historia parecida a la de mi madre. Fue criada por padres adoptivos ya que a los 40 días de nacida falleció su madre Herminia Jiménez; y su padre, Refugio Mora, ferrocarrilero.
Al no poder hacerse cargo de la niña la entrega a sus padrinos de bautizo, Fermín Pereyda y Bernarda Becerra, quienes la registraron con sus apellidos. Ellos se dedicaban a la elaboración y venta de garapiñados, pan de fruta, (no sé por qué le decía así, en verdad era pan pero con un sabor, aroma y presentación agradable). A Felicitas siempre le dijeron la verdad de su procedencia. Ya grande, conoció a su padre consanguíneo.
Mi madre, al carecer de familia, se identificó con Felicitas que eran uña y mugre, aunque con algunas discrepancias, pero siempre unidas. Las personas no dudaban que eran hermanas. Hasta parecido físico (y de carácter) les encontraban, y naturalmente nos reconocemos como primos.
La pobreza, al igual que a nosotros les pegaba con todo. No concluían su primaria. La ropa era de parches, de huaraches. Los zapatos sólo para los domingos.
Cierto día, Félix le dice a Nacho como simple comentario: “oye hijo, ¿ya tienes tiempo con los zapatos, verdad?” – aseverando la calidad y durabilidad – y éste que interpretó mal y como estaba lloviendo, sale a la calle, se mete al arroyo y regresa con los zapatos despegados festinando: “Madre, ahora sí ya se me acabaron los zapatos…”.
Nacho, el segundo de los hijos nace en 1940 por el rumbo de la Pila Colorada. Desde chico siempre fue de ocurrencias, simpático. Cierto día le pide a su madre le explique: “¿Por qué nosotros en la familia todos tenemos el mismo apellido? En la escuela hay hermanos con diferentes y eso es bonito, pero nosotros puro Saldívar y puro Saldívar”.
Un día a Nacho se le acabaron los huaraches y como ya no quería continuar con sus estudios, Fermín, su padre, le dice que trabaje para que se compre unos nuevos y sepa lo que cuestan.
Aun niño o adolescente va y pide trabajo en la panadería de Salvador Rivera. Éste no quería contratarlo por su edad, pero ante el tesón del muchacho, le da oportunidad como repartidor en los tendejones. Posteriormente ingresa a la panadería como ayudante, en donde aprendió muy bien el oficio.
En 1958 al ver la situación crítica de la familia, Nacho ya con experiencia de panadero, emigra a Nogales, Sonora, en donde no se le dificultó encontrar trabajo en lo que era su especialidad, hasta que se independiza y su pan logra tener mucha aceptación, no solo en Nogales, Sonora, sino también en Nogales, Arizona, de donde pasaban los residentes la frontera para adquirir el exquisito y surtido producto.
Posteriormente empezaron a emigrar el resto de la familia. Las mujeres se emplearon en tiendas departamentales. Los hombres tenían ya oficios con el que se ganaron el reconocimiento por el talento puesto en ellos. Miguel, Peluquero; Armando un magnifico ebanista; Refugio (kuko) un gran artista en la elaboración de piñatas; Matías el único con carrera profesional se integró a la vida laboral en diversas empresas.
Nacho contrae matrimonio con María Elena Miramontes, oriunda de Zacatecas y procrean cinco hijos: Felicitas, Ignacio (Nachito) que desgraciadamente fallece muy joven, Guadalupe Isabel, José y Antonio.
De esta cuarta generación, Felicitas contrae matrimonio con Francisco Cruz y así surge la quinta generación a la que pertenece el deportista de Basketball, Francisco (Pako), nieto de Nacho, que en paz descansa; Bisnieto de Fermín y Tataranieto de don Matías, jefe supremo de genealogía que fue artesano en la elaboración de las chinas o capotes de palma, muy utilizados por los trabajadores del campo de mi querido Ixtlán, oficio extinguido, pero aun prevalecen las manos mágicas de los “ALFAREROS”. Don Matías fallece en 1966.
En 1938, don Fermín, esposo de doña Berna, al acompañar a unos familiares que viajarían en el ferrocarril, se despidió de ellos y al tratar de descender, el monstruo de fierro, lo envuelve entre sus ruedas y rieles lo que le ocasionó la muerte. El 7 de julio de 1955, mientras nuestras dos familias disfrutábamos de un día de campo en un lugar conocido como El Ranchito, donde había mucho mango, fueron a avisarnos que Doña Berna había sufrido un infarto en el baño, que le provocó la muerte.
Si no me equivoco, Francisco (Pako) Cruz Saldívar, mi sobrino, ex capitán de los Halcones Rojos de Veracruz, le pone pasión a su carrera de basketball actualmente en el equipo europeo Letonia, donde cosecha triunfos.
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