Francisco Javier Nieves Aguilar
La noche era fría en extremo. La gente se preparaba para celebrar el año nuevo y recibir al 2011, dos días después. Poco antes había acudido con mi madre Geña, quien reposaba en su lecho cubriendo su cuerpo con una cobija. Minutos después regresé a mi domicilio de la colonia Demetrio Vallejo y de nueva cuenta sentí el tedio.
¿Qué horas serían? Tal vez las nueve o 10 de la noche. En la colonia todo era silencio y ni siquiera los empedernidos “tomadores” que acuden al depósito de la esquina se veían por ningún lado.
El “peso” de la cena me obligó a sentarme un rato en el patio de la casa. Con indiferencia tarareé una canción de José Luis Perales, en voz baja…
Yo creo que lo hice bastante mal porque los perros empezaron a ladrar, en tanto que los grillos dejaron de cantar.
Poco después de las 11 de la noche opté por acostarme. Mi esposa aun estaba despierta. Omar y Erika, los mayores de mis hijos no estaban en casa, mientras que Javier, Anahí y el Cesarín dormían plácidamente.
Prendí la tele y observé por unos momentos las desgarrantes escenas de algunos crímenes ocurridos en Michoacán.
Quien sabe cuanto tiempo habría transcurrido, el caso es que mi subconsciente se transportó al Ahuacatlán de ayer, y quizás de anteayer. Intempestivamente me vi caminado por los comercios de la zona centro, como cuando era niño, atisbando aquí, allá y mas allá, ¡Cosas de los sueños, pues!…
Y así, entre imágenes borrascosas distinguí a unas mujeres que despachaban en la desaparecida “Tortillería Montero”, cuyo establecimiento se ubicaba en la equina de la avenida 20 de Noviembre y la calle Aldama, contra esquina del Mercado Público Municipal.
Poco mas adelante claramente vi a Doña “Cuquita” vendiendo sus clásicas paletas de sabores, en el domicilio que ocupa la familia Robles Ibarra. De ahí me encaminé hacia el sur, a través de un malecón que tampoco existe ya; y ahí donde funciona hoy el “Café El Parque”, detecté a Don Francisco N. Arroyo—aquel que fuera constituyente de Nayarit y primer Presidente Municipal de Ahuacatlán–.
Caminé otros cuantos metros y me topé con don José Ibarra. Lo vi dando órdenes a unos cargadores que estibaban costales y más costales de azúcar. Su esposa Lola despachaba en la Tienda, mientras que Pepe, Maribel y Alfredo, tres de sus hijos se paseaban por los pasillos.
Sobre la finca contigua distinguí también a Doña María Cosío. La miré arrastrando sus pies. Luego tomó asiento y empezó a pintar un cuadro al óleo; y sobre esta misma “cuadra”, sonriendo aviste a Don Lauro Bañuelos. Estaba tras del mostrador vaciando un tarro de leche a otro recipiente.
Cerca de ahí avisté a las hermanas Delgado despachando sus “menjurjes” como brillantina sólida, gasolina blanca y quien sabe cuantas cosas más. Enseguida di la media vuelta y empecé a recorrer el otro portal.
Ahí observe a varios comercios y pequeños despachos, como la frutería de “Las Rea” y del inolvidable “Charrito”.
También distinguí aquella cenaduría que atendía la familia López Meza y otra fonda más, propiedad de la familia Rincón.
Después me regresé para encaminarme sobre la acera norte de la calle Hidalgo, en la misma cuadra; y lo primero que vi fue a Don Elías Jaime arreglando su molino de nixtamal y despachando sus tortillas.
Frente a esa finca vi a varios hombres “entrando y saliendo”. Cantina “La Trinca”, rezaba en su exterior; y unos cuantos metros adelante reparé con la presencia de don Luis Partida, quien se encontraba atrás del mostrador, en su tienda, exhibiendo sus clásicos tirantes.
En este extraño sueño pude ver también a Ramiro Llamas atendiendo su negocio de mercería, al igual que a Don Miguel Partida. Y así mismo, me encontré con Doña María Núñez quien regañaba a unos chiquitines que habían acudido a comprar paletas “de leche”.
En la esquina de las calles Allende y Libertad, divisé a las famosas “Chentonas”—dicho con todo respeto–; y al dar vuelta, abriendo una caja de zapatos vi a Don Pancho Parra, mientras que a lo lejos pude distinguir a las hermanas Bermúdez, en una de las esquinas de Portal Quemando específicamente. En este último lugar había mucha gente, unos comiendo tostadas, otros pozole y otros mas enchiladas.
Cosas de los sueños como dije anteriormente, pues en una de esas me dirigí a espaldas de la Presidencia, donde distinguí las figuras de las hermanas Lupe y Lola Parra conocidas por todos como “Las Parritas”; y hasta me pareció oír a una de ellas que decía, “Ay muchacho, ¡Que bien se te ven esos zapatos!, ¡Vieras como se han vendido!”
Una voz ronca interrumpió mis sueños; de momento pensé que se trataba de Don Pacho Miramontes; pero no, se trataba de uno de mis cuñados, quien había llegado muy de madrugada a la casa para invitarnos a desayunar.
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