ARTÍCULO.- Fco. Javier Nieves Aguilar: Dos sucesos que reconfortaron mi alma.
REDACCIÓN.
Habíamos compartido la sal y la mesa, en Ixtlán. Pollo de La Picha. Mi hijo y yo hablamos de esto, de aquello y de lo otro. Fresca la noche; pero desde que salimos de Ahuacatlán, Omar y yo nos enfrascamos en una conversación agradable. No había prisa. Simplemente acordamos cenar juntos en la “Tierra de obsidiana”; es decir, en Ixtlán del río. Sabroso platillo.
El regreso por igual fue ameno. Recordamos tiempos pasados, abordamos temas familiares, la batalla contra enfermedades y otros avatares de la vida. Hubo coincidencia en muchas cosas.
A Ahuacatlán regresamos poco antes de la medianoche, sin incidentes de ninguna clase. Al contrario, fortificamos la fraternidad imperante. Antes de bajarse del auto, Omar me dijo: “Apá, quiero darle un abrazo”.
Esas palabras mucho me conmovieron. Fue una confesión que me movió las fibras de mi corazón. Por eso no esperé ni un instante. Rápido me bajé yo también del Toyota y me dirigí hacia Omar. Nos dimos un fuerte y apretado abrazo.
Pensé y reflexioné: El abrazo de un hijo te hace sentir en paz, te reconforta el alma y alivia tu carga. Te hace olvidar todo y te recuerda lo hermosa y valiosa que es la vida.
Los abrazos son una muestra de cariño, de complicidad y fraternidad; es la forma no verbal de decir ‘tranquilo, estoy aquí contigo’. Bonitos momentos aquellos.
Luego al siguiente día mi nieto Juanito me entregó un tupperware con unas sabrosas albóndigas que después degusté con avidez. Tenía ya mucho tiempo que no comía este platillo tan sabroso. Reiteré mi apreciación de que mi hija Erika es una excelente cocinera.
Confieso que me gustan las comidas “caldudas”; por eso brinqué de gusto cuando mi nieto puso en mis manos estas albóndigas. Dos sucesos que reconfortaron mi alma.
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