AHUACATLAN.
Este jueves 19 de junio, el calendario se volvió un espejo que refleja los ecos de otro tiempo. El día amaneció con un dejo de melancolía dulce, como si la brisa trajera consigo los aromas lejanos de los años 80.
Fue precisamente en una fecha como esta, hace ya algún tiempo, cuando la vida me regaló uno de sus más grandes tesoros: Érika, mi segunda hija, llegó al mundo en el hospital de Ixtlán, pequeña y luminosa, hermosa como ella sola.
La recuerdo, apenas envuelta en mantas, con ese primer llanto que marca el comienzo de todo. Desde entonces, su presencia se convirtió en un faro, en una de esas presencias que te enseñan que el amor más puro no necesita palabras.

PERO NO TODO FUE FÁCIL.
Apenas con dos años de edad, Érika nos dio el susto de nuestras vidas. Su madre y yo vivimos entonces horas de angustia sin nombre: una apendicitis fulminante amenazaba con arrebatarle la luz.
Tuvimos que correr, con el alma en vilo, hasta el Sanatorio Guadalupe en Tepic. El doctor Víctor Cervantes nos tendió la mano con sabiduría y humanidad. Gracias a Dios, el peligro fue contenido: la apéndice, ya al borde de la necrosis, fue extirpada a tiempo. Y Érika, tan frágil y tan fuerte, volvió a sonreírnos.
Para abrirse camino, Érika no esperó. Se formó en Informática en el CBTIS 27, aprendió también el arte de la belleza en la academia Candy, y más adelante, por decisión propia, estudió inglés en la academia Kennedy, dirigida por Mr. Robles, mi querido compañero de universidad.
Hoy, esa niña es madre de tres hijos: Yaki, Juanito y Erick. Cada uno de ellos lleva en su mirada la chispa de su madre: una mezcla de ternura y fuerza que no se aprende, que se hereda.
Como esposa de Juan Nolasco y madre de familia, ha sido entrega pura. Como hija, no hay palabras que le hagan justicia. Junto a ella —y junto a mis otros hijos— hemos caminado senderos ásperos, sobre todo en aquellos días en que la vida nos puso de rodillas: la partida de su madre Tacha, y más tarde, la dolorosa ausencia de su hermano Omar. Momentos que nos marcaron, que nos unieron aún más.
Hoy, Érika lucha con valentía frente a las nuevas pruebas. Pero lo hace con esa mirada serena y decidida que sólo las mujeres fuertes conocen.
Estoy seguro que saldrá adelante. No lo dudo un instante. Ella sabe que la quiero mucho, y sabe también que siempre le he deseado lo mejor.
Que este 19 de junio sea entonces más que una fecha. Que sea una celebración del amor persistente, del esfuerzo silencioso, de los caminos que se recorren con el corazón lleno, a pesar de las piedras.
Hoy más que nunca, Érika merece ser reconocida. Por todo lo que ha sido. Por todo lo que aún será.
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