► Discurso pronunciado por Omar G. Nieves el 10 de octubre pasado durante la entrega de lotes en el fraccionamiento Vientos de Octubre de Ahuacatlán.
Me dirigía a Tepic en la madrugada de ayer para atender de urgencia un fuerte problema de salud de mi mamá, cuando recibí un mensaje de una compañera de nuestra organización que decía: “La vida es un resumen de cinco palabras: DIOS, SALUD, AMOR, ALEGRÍA Y ESPERANZA… Que el primero siempre te cuide y el resto nunca te falte”.
Y es precisamente la esperanza lo que nos ha permitido estar aquí. Viendo realidad un sueño que fraguamos hace una década. Toda una generación.
Quiero disculparme por romper la tradición discursiva al no dirigirme a nuestro invitados de honor con las salutaciones de rigor. Quiero aprovechar mi tiempo para recordar algunos adagios que he cavilado esta misma mañana.
Hay un proverbio que dice que “los planes del diligente propenden de seguro a ventaja, pero que todo el que es apresurado se encamina de seguro a la carencia”. O como lo suelden decir algunos gobernantes para justificar el largo peregrinar burocrático al que estamos sometidos los ciudadanos cuando demandamos acciones que, como en este caso, se trata de resolver un problema social como es la de otorgar vivienda digna a quienes más lo necesitan; los tecnócratas dicen: “sin prisas, pero sin pausas”.
Nada menos esta madrugada pudo corroborar que los protocolos que por ejemplo se siguen en el IMSS para atender a los enfermos permiten brindar un servicio ordenado y bien coordinado por las partes involucradas: médicos, enfermeras, camilleros, guardias de seguridad, etcétera. Pero que estos mismos protocolos llegan a deshumanizar al personal cuando el proceso se vuele lo más importante, y se deja de lado al paciente, al enfermo.
Lo mismo podemos decir cuando los funcionarios, sean licenciados, ingenieros o arquitectos citan de memoria las normas que se tienen que cumplir, un rosario de procedimientos para resolver un problema que muchas de las veces suele ser simple, pero que por esta mentalidad ortodoxa de hacer las cosas se olvidan del sentido de las leyes, cuya premisa más importante es la justicia; el dar a cada quien lo que le corresponde.
Y no les extrañe que les diga esto un abogado, porque antes de incursionar en la lucha social para conseguir lotes para quienes lo necesitaban en este pueblo, un camarada me advirtió: “la lucha social es ingrata, pero también trae grandes satisfacciones”. Y es verdad. Yo he conocido a hombres y mujeres valiosos desde que aún llegaba a las oficinas de Iprovinay acompañado de un montón de mujeres, mientras que las trabajadoras del primer nivel susurraban: “Ya viene el muchachito a hablar con el jefe”…
Ahora, después de este tiempo, me acompaña una gran mujer: mi esposa, a quien le agradezco enormemente su solidaridad. Sin ella no hubiese podido hacer tantas cosas. Claro que junto conmigo siguen estando todos ustedes, amigos y compañeros, pero sobre todo sé que conmigo está el ideal de aquellos que murieron anhelando tener un pedacito de tierra donde morar. En mi mente siempre está doña Juanita y doña Anacleta. Sobre todo en mi corazón está viva la esperanza de que este mundo cambie.
Hoy, ya no como hace diez años, sino como desde el principio de la creación. Como lo hicieran también los israelitas hace más de 3 mil 400 años, seguimos en búsqueda de una tierra prometida donde la justicia habrá de morar.
No pasará mucho tiempo para que edifiquemos nuestras casas como lo indica la profecía de Isaías 65:21. “Las construiremos y las ocuparemos. Plantaremos y comeremos. Ya no edificaremos para que otros las ocupen, no sembraremos para que otros coman”.
Chuyín, Fabricio, Pedrito, Hermanito… ustedes son hijos predilectos de Ahuacatlán. Que Dios les recompense su dedicación, su desgaste por favorecer a este pueblo.
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