Cierta vez, le pregunté al Padre “Chencho”, mi maestro de francés en la Universidad: “¿Por qué existen personas que salen fácilmente de los problemas más complicados, mientras que otras sufren por problemas muy pequeños, muriendo ahogadas en un vaso de agua?”.
Él simplemente sonrió y me contó esta historia que luego plasmé en mi libreta tan pronto como llegué a la Casa del Estudiante:
“Era un sujeto que vivió amorosamente toda su vida. Cuando murió, todo el mundo dijo que se iría al cielo. Un hombre bondadoso como él solamente podría ir al paraíso. Ir al cielo no era tan importante para aquel hombre, pero igual él fue para allá”.
La recepción no funcionaba muy bien. La chica que lo recibió dio una mirada rápida a las fichas que tenía sobre el mostrador, y como no vio su nombre en la lista, lo orientó para ir al infierno.
En el infierno, usted sabe cómo es. Nadie exige credencial o invitación, cualquiera que llega es invitado a entrar. El sujeto entró allí y se quedó.
Algunos días después, Lucifer llegó furioso a las puertas del paraíso para pedirle explicaciones a San Pedro: “¡Esto es sabotaje! Nunca imaginé que fuese capaz de una bajeza semejante! ¡Eso que usted está haciendo es puro terrorismo!”.
Sin saber el motivo de tanta furia, San Pedro preguntó, sorprendido, de qué se trataba.
“Usted mandó a ese sujeto al infierno y él está haciendo un verdadero desastre allí. Él llegó escuchando a las personas, mirándolas a los ojos, conversando con ellas. Ahora, está todo el mundo dialogando, abrazándose, besándose. El infierno está insoportable, parece el paraíso! ¡Pedro, por favor, agarre a ese sujeto y tráigalo para acá!
Cuando mi maestro terminó de contar esta historia me miró cariñosamente y dijo: “Vive con tanto amor en el corazón, que si por error, fueses a parar el infierno, el propio demonio te lleve de vuelta al paraíso”.
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