Corría el año de 1917, época en que aún prevalecían grupos armados en nuestro país, rescoldos revolucionarios, pero la gente de trabajo se entregaba a sus tareas cotidianas confiando en la pronta estabilidad.
En Ahualulco del Mercado Jalisco, don Refugio Andrade y Doña María Ascensión Ruiz, conocida por sus vecinos como doña Chona, tenían en la familia una hija que nació el 5 de enero de ese mismo año a quien pusieron por nombre Leonor y era la alegría del hogar. Con esta pequeña sumaban un total de tres hijas.
Don Refugio, a diario como las personas de su época muy temprano salía de casa para iniciar su jornada de trabajo en el campo que lo mantenía en contacto con la madre tierra que producía lo que en ella sembraba. Además cuidaba de su ganado, en tanto doña Chona se encargaba de los quehaceres propios de la casa.
Un día frente al hogar y bajo la sombra de un frondoso árbol, una señora de cierta edad y su hijo de aproximadamente 30 años, se instalaron con las pocas pertenencias que traían consigo, y sin duda, la intención era establecerse bajo la noble acogida que daba la planta del frondoso tronco.
Doña Chona, mujer muy sensible, compadeciéndose de esa familia, al regreso de don Refugio le pidió les dieran albergue a esas pobres gentes. Don Refugio bondadoso como su compañera, accedió. Los invitaron a pasar a su casa y conocieron la historia de madre e hijo.
El vástago de esta señora de aproximadamente 30 años, se llamaba Bartolo Bañuelos Mercado y al igual que muchas personas que huían por las circunstancias revolucionarias, él lo hacía como desertor de las fuerzas carrancistas. Eso le contaron a don Refugio y a doña Chona, y naturalmente este matrimonio no pidió más explicaciones. Los huéspedes se instalaron.
Tras unos días, la mamá de Bartolo decidió abandonar Ahualulco, no sin antes pedirle a la familia Andrade Ruiz, le permitiera que su hijo permaneciera un tiempo más con ellos mientras se tranquilizaba la situación. Don Refugio y doña Chona accedieron.
Cierto día, Bartolo le pide a don Refugio un préstamo económico por la cantidad de quince pesos, con la promesa de que sus familiares pronto le llevarían dinero y estaría en condiciones de reintegrárselo y abandonar el lugar. El préstamo fue hecho sin siquiera saber en qué sería invertido.
Con los quince pesos del préstamo, Bartolo adquirió una pistola (sepa el calibre) y cierto día muy de mañana, cuando don Refugio se dirige a sus acostumbradas faenas, doña Chona inicia sus tareas cotidianas: moler el nixtamal en el metate, echar tortillas calientitas, preparar el loche para mandarle a su esposo, y continuar con el trajín de la casa.
Empezaba a amanecer. La pequeña Leonor de apenas tres meses de nacida, estaba como a diario dentro de un chiquigüite – a manera de los ahora porta bebe – para estar cerca de su madre. Bartolo, que como el personaje de las pastorelas hacia honor a su nombre – flojonazo -, no era acomedido con don Refugio. Se levanta, desayuna y una vez que termina en tanto doña Chona continuaba cerca del fogón, éste (Bartolo), toma a la niña y de prisa abandona la casa.
Doña Chona se da cuenta de que las intenciones de ese tipo no son nada buenas. Corre a rescatar a su pequeña y logra alcanzarlo a las afueras del pueblo. El desgraciado de entre sus ropas saca la pistola con la que la amenaza de muerte si no lo sigue.
En esta forma doña Chona, por miedo a que dañen a la pequeña, sale del poblado dejando en su casa a sus dos hijas que aún dormían, y a su esposo Refugio que ajeno a lo que sucedía en su hogar, se enteraría de lo acontecido hasta su regreso, o tal vez algún vecino iría a avisarle. Pero para ello el secuestrador había puesto tierra de por medio.
Y transcurrió el tiempo transitando, secuestrador y secuestradas por la sierra, por Huachinango, San Valentín, el Rosario, la Tarasca en donde vivía la familia de Bartolo. En ese lugar se establecieron aproximadamente siete años. Leonor consideraba que la mamá de Bartolo era su abuela, y conoció a quienes creía sus tíos y primos ajena a las amenazas de que era objeto su madre.
Transcurrido este tiempo y de nueva cuenta a huir por la sierra de Amatlán de Cañas, el Rosario, etc., pues a Bartolo, le invadía el miedo por ser desertor; no tenían dinero y doña Chona, junto con su pequeña hija, cuando tenían oportunidad de bajar a algún poblado, lo hacían para pedir limosna, pues el tal Bartolo aparte de flojonazo era borracho.
Se alimentaban de nopales, quelites y demás plantas. Su dieta prácticamente era vegetariana. Preparaban un alimento a base de semillas de calabaza molidas con agua, que arroja un líquido blanquecino al que se le conoce con el nombre de panile.
Y así, a salto de mata llegaron a Ixtlán, en donde la pequeña Leonor aprende las primeras letras. Posteriormente se trasladan a la población de Méxpan, en donde la niña crece y se convierte en una jovencita, pero sumergida siempre en la pobreza, porque aunque Bartolo conoce de algunos oficios. Sólo de vez en cuando los desarrolla.
Doña Chona tiene que acomedirse en labores domésticas, de donde obtenía por lo menos comida que llevaba a casa, y ropa que las personas les regalan. En esta población y cuando Leonor tenía aproximadamente 13 años de edad, por confesión de su señora madre, se entera que Bartolo no es su padre, y al conocer la verdad, el mundo como es natural se le vino encima. Pese al maltrato que este tipo les daba a las dos. Leonor sentía cariño, mismo que se revirtió en un acérrimo coraje. Por las constantes amenazas ellas eran muy sumisas, sometidas a los caprichos de macho.
Bartolo vivía de la tranza. Adquiría compromisos económicos que luego no saldaba. Uno de sus acreedores – creo que de Ixtlán – cierto día se toparon y sin medir palabra lo amenazó con matarlo si no le cubría la deuda, y como el miedo no anda en burro no le quedó a Bartolo más remedio que abandonar el poblado. Doña Chona y Leonor, dieron gracias a Dios por la partida de este tipo del que no volvieron a saber nada.
Pasaron dos o tres años. Leonor se enamora. Tiene un hijo un 21 de diciembre y, cosas del destino, doña Chona que estaba ya delicada de salud, fallece el 25 de diciembre, o sea cuatro días después del parto.
Leonor como madre soltera se sintió más sola que nunca. Anhela conocer a sus hermanas y a su padre de quien platicaba su madre y que se habían quedado en Ahualulco. El mundo se le cerró, no había nada que hacer. Una comadre se hizo cargo de ella, le prodigó muchas atenciones pero esta persona celosa acérrima de su marido, hacía rituales por las noches y a Leonor. La obligaba a leer en el campo, en las cercas de piedra con la luz de la luna, algunas oraciones al parecer de magia negra y esto a Leonor le atemorizaban.
Se trasladó a Ixtlán, en donde le dan acogida la familia Mercado, pariente de su padrastro a quienes siempre vio como consanguíneas. En este pueblo la familia Gonzálezrubio Rizo le ofrece trabajo como doméstica pese a tener un bebé. Así encuentra que existen gentes que tienden la mano a sus semejantes. Durante el tiempo que Leonor trabajó con esta familia a su bebé le prodigaron mucho cariño era muy mimado por todos.
Los Gonzálezrubio Rizzo le tomó gran cariño a Leonor, a su hijo y a la familia que posteriormente formó y muchos años se relacionaron, hasta que se fueron a radicar a Guadalajara, pero el cariño prevaleció y se hacían visitas frecuentes, ya sea a Guadalajara o a Ixtlán, hasta que los miembros fueron falleciendo. Así empezaron los altibajos de Leonor, mi madre, que nunca supo de sus consanguíneos.
Una ocasión fui a Ahualulco en busca del alguna pista, pero no obtuve respuesta pese a que en el Registro parroquial me proporcionaron libros de la época. En la presidencia municipal me informaron que muchos libros se perdieron cuando las revueltas. escanio7@hotmail.com
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