“Apá, ya nos vamos”, recuerdo que dijo mi hija Erika, hace ya poco más de siete años. En su voz percibí su tristeza, pero en sus ojos noté también la semilla de la ilusión, su anhelo de formar su propia familia.
Tan pronto como partió, cerré la puerta, me recosté y sollocé en silencio. Siempre tuve miedo de llegar a ese momento.
Un día antes, la segunda de mis cinco hijos había acudido al Registro Civil para contraer nupcias, con Juan –un muchacho nacido en Chapalilla y formado profesionalmente en Colorado, Estados Unidos–.
Mi corazón se estrujó cuando escuché que se accionaba el switch de la Cherokee. Luego se fueron alejando, y fue entonces que la familia experimentó un profundo vacío. La ausencia de Erika nos dolía; pero entonces me quedé pensando:
Los hijos se van. Hay que aceptarlos con esa condición, hay que criarlos con esa idea, hay que asumir esa realidad. O quizás no es que se vayan, sino que la vida se los lleva. Ya no eres su centro. Ya no eres propietario, eres consejero.
No diriges, aceptas. No mandas, acompañas. No proyectas, respetas. Ya necesitan otro amor, otro nido y otras perspectivas.
Ya les crecieron las alas y quieren volar. Ya les crecieron las raíces y maduraron por dentro. Ya les pasaron las borrascas de la adolescencia y tomaron el timón.
Ya miraron de frente la vida y sintieron el llamado, para vivirla por su cuenta. Ya saben que son capaces de las mayores aventuras, y de la más completa realización.
Ya buscaran un amor, que los respete, que quiera compartir, sin temores ni angustias las altas y las bajas en el camino, que les endulce el recorrido y los ayude en el fin que quieren conseguir.
Y si esa primera experiencia fue equivocada, tendrán la sabiduría y las fuerzas, para soltarla; así, otro amor les llegará para compartir sus vidas en armonía.
Ya no les caben las raíces en tu maceta, ni les basta tu abono para nutrirse, ni tu agua para saciarse, ni tu protección para vivir.
Quieren crecer en otra dimensión, desarrollar su personalidad, enfrentar el viento de la vida, al asombro del amor y al rendimiento de sus facultades.
Tienen un camino y quieren explorarlo. Lo importante es que sepan desandarlo. Tienen alas y quieren abrirlas. Lo importante es que sean limpias, de un vuelo alto y de conciencia recta.
Tienen juventud y quieren vivirla. Lo importante es el corazón sensible, la libertad asumida y la pasión a flor de piel. Que la rienda sea con responsabilidad, y la formación, llena de luz.
Los padres quedamos adentro; en el cimiento de su edificio, en la raíz de su árbol, en la corteza de su estructura, en lo profundo de su corazón.
Quedamos atrás; en la estela luminosa que deja el barco al partir, en el beso que les mandas, en el pañuelo que los despide, en la oración que los sigue, ¡En la lágrima que los acompaña! Tú quedas siempre en su interior, aunque cambies de lugar; ¡De eso estoy seguro!
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