Siempre quise escribir sobre las canicas, ese globular objeto multicolor que podía capturar mi atención en completo silencio por largo tiempo durante la infancia. Aun les recuerdo, nunca logré comprender la perfección en que las coloridas pinceladas quedaban cuajadas y atrapadas en la esfera. Sin perder oportunidad, remonté todas y cada una de las olas-mundo tan singulares y bellas que llegaban a mí; imaginando a sus habitantes en forma de diminutas burbujas transparentes…
Tal vez por eso, les asemejo a la infancia; Atlántida perdida e inesperadamente hallada en un tipo de borne submarino donde reside toda la magia, el secreto y color de la vida, siempre en espera de la paciencia y aprecio por parte del extraño e incomprensible mundo de los adultos, para mostrarse y desarrollarse cual maravilla.
¿Quién podría experimentar tristeza en un universo así?
Como joya de fino cristal con diseño y gracia sin igual, su misterio y fragilidad puede dañarse fácilmente a través de la indiferencia, la humillación, el chantaje, los golpes, el despojo de la inocencia o su intercambio vil.
Pero… ¿Y si nuestra intención fuese entrar y conocerles?…
Sería importante tocar a la puerta, pedir permiso con sumo respeto y sincero cariño, permanecer en silencio para escuchar su lenguaje extranjero; más abundante en gestos y miradas que en palabras organizadas, donde todo su cuerpo es expresa voz que nombra con sencillez lo amado, el rechazo e incomodidades, donde todo es vivido sin antifaz y su energía siempre nos supera pues la pila nueva poco se desgasta.

Habría que tratar de comprender que nuestros universos paralelos les hacen estimar lo que nosotros despreciamos: lo viejo, lo roto, lo sencillo. Disfrutar y vivir sin prejuicios ni motivo; riendo, llorando, brincando, cayendo, descansando, levantándose y volviendo a comenzar. Perdonando las equivocaciones con mayor olvido que juicio. Esperando con firmeza por los sueños, manteniendo el corazón abierto y grande; que apenas cabe en tan diminuto cuerpo. Con actitud de exploración y aprendizaje ante todo lo nuevo y desconocido.
Junto a ellos se obtiene un boleto al paraíso perdido; ese que un día fue nuestro sin condiciones. Son eco de una memoria que resuena en la conciencia, en los adentros como vivaz ejemplo de la más evolucionada forma de amar.
Sin perder oportunidad, ahora que soy adulta, remonto a las olas-mundo singulares y bellas con las que llego a coincidir. Aun logran capturar mi atención estando en silencio por largo tiempo; percibo a sus habitantes en forma de diminutas burbujas transparentes flotando en medio de la nada…
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