No hace mucho tiempo, mientras esperaba una hoja de traslado que me entregarían en el Seguro Social de Ahuacatlán para una cita médica en el Centro Médico de Occidente, conversé con un hombre chaparrón y bonachón. Dijo que era de Jala y que iba a tramitar lo de su pensión.
El nombre de aquel individuo de aspecto noble y cuyo léxico era por cierto muy florido, no lo recuerdo ya; sin embargo tengo muy presentes algunos “Consejos” que me parecieron muy relevantes.
Entre otras cosas, el tipo me habló sobre la trascendencia de las “buenas acciones”, las cuales – decía – consistía en realizar todos los días actos generosos y nobles, como recoger algún papel en la calle y botarlo en la papelera, ayudar en la casa a lavar platos, cuidar la fauna y la flora, ayudar a alguna persona anciana o impedida a cruzar la calle, etc.
Su conversación me hizo recordar aquel perro que alguna vez encontré tirado por la calle Abasolo – junto a la plaza de toros – sin poder moverse. Estaba herido, un carro lo había atropellado y tenía rotas las dos patas traseras, los vehículos le pasaban muy de cerca y mi temor era que lo mataran porque era imposible que él solo pudiera levantarse.
Vi allí una gran oportunidad para hacer la “Buena Acción”, y, más por compasión que por otra cosa me dispuse a rescatar al perro herido y ponerlo a salvo para entablillarle las patas. Yo nunca había entablillado a nadie; pero una ocasión vi a alguien hacerlo, allá por el rumbo del canal y decidí intentarlo.
Total. Me acerqué al can, lo agarré, pero me clavó los dientes en las manos. Inmediatamente me llevaron al hospital y me inyectaron contra la rabia, aunque la rabia por la mordida no se me quitó con la vacuna.
Durante mucho tiempo no entendí por qué el perro me había mordido si yo sólo quería salvarlo y no hacerle daño, no sé qué pasó y no me lo pude explicar. Yo quería ser su amigo, es más, pensaba curarlo, bañarlo, dejarlo para mí y cuidarlo mucho.
Esta fue la primera decepción que sufrí por intentar hacer el bien, no lo comprendí. Que alguien haga daño al que lo maltrata es tolerable, pero que trate mal a quien lo quiera ayudar no es aceptable.
Al paso de los meses vi claro que el perro no me mordió, quien me mordió fue su herida; ahora sí lo entiendo perfectamente. Cuando alguien está mal, no tiene paz, está herido del alma y si recibe amor o buen trato: ¡Muerde! Pero él no hunde sus dientes, es su herida la que los clava.
Comprende el malestar de las personas que te rodean. Cuando alguien te grita, te ofende, te critica o te hace daño no lo hace porque te quiere mal sino porque está herido. Está herido del alma, se siente mal o algo malo está pasando por su vida. No te defiendas ni lo critiques, más bien compréndelo, acéptalo y ayúdalo. Ahora lo entiendo.
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