«Si todos amáramos a Jehová, quien es el Altísimo dueño del mundo, se acabaría la corrupción; no habría tantas balaceras ni gobiernos ladrones».
Francisco Javier Nieves Aguilar
Una destartalada maleta, una bolsa de plástico, una pequeña y sucia valija, así como un cajón que utiliza para lustrar calzado, conforman todo el patrimonio de Simón Santiago Santillán Osorio.
De complexión y estatura regular, tez morena clara, pelo escaso y entrecano, Simón Santiago vive su vida como judío errante; no porque así lo quiera, sino porque las circunstancias así se lo exigen “si tuviera dinero no anduviera así como mes, tengo que hacerle la luchita”, afirma.
Con casi 66 años a cuestas, este hombre afirma que es originario de un pequeño poblado conocido como Ávila Camacho, perteneciente al municipio de Manzanillo, Colima.
Simón Santiago confiesa que en los años setentas se enamoró de una mujer, con la que después contrajo nupcias, para establecerse posteriormente en Tepic, “pero hace como 20 años nos separamos. Ya no quiso vivir conmigo”, señala agachando la testa. Desde entonces lo acompaña la soledad.
Con su mujer procreó tres hijos, pero ninguno de ellos aceptó seguirlo. De ahí en adelante se convirtió en nómada optando por recorrer pueblo tras pueblo, siempre buscando el sustento.
De esta forma, Simón Santiago dice conocer prácticamente todos los rincones de la república mexicana, desde el Río Bravo hasta el Suchiate, desde el Golfo de México hasta el Océano Pacífico, incluyendo todos los estados del centro.
Anteanoche llegó a la cabecera municipal de Ahuacatlán. Pernoctó en un hotel, pero no en un cuarto, sino “en un rinconcito”, según lo confesó ayer.
Sobre un “diablito” –de esos artefactos que se utilizan para cargar objetos—transporta sus pertenencias. En maleta, bolsa y valija oculta su vestimenta: dos pantalones y dos camisas, un par de zapatos y un par de huaraches, mientras que en otros compartimientos resguarda material para el aseo de calzado y utensilios de albañilería.
A Simón Santiago le cuesta mucho trabajo rememorar fechas, lugares, nombres de personas. Ni siquiera recuerda la fecha de su nacimiento ¡Ni el nombre de sus hijos!, mucho menos el de su cónyuge.
Tampoco ha intentado rehacer su vida al lado de otra mujer, “¿Para qué amigo?, ¡Las mujeres tienen el diablo!”, recalca con un dejo de resentimiento hacia el género femenino.
No obstante, señala que quizás algún día encuentre a otra pareja que sea afín a sus ideas, pero aclara que esta, “ante todo debe amar a Jehová, al Padre y al Hijo”.
Su ex esposa y sus hijos –confiesa—radican en Manzanillo. Las lágrimas afloran en sus ojos al recordar otros episodios de su vida familiar. Por eso hábilmente cambia la conversación: “¿No me darán chamba aquí en la presidencia?”, inquiere, al tiempo que dirige su vista al palacio municipal de Ahuacatlán.
Simón Santiago come en sitios indistintos y de acuerdo a su economía, “He comido en restaurantes lujosos, de Puerto Vallarta y de Mazatlán; otras veces como en los mercados; pero hay ocasiones que solo como tortillas con sal todo el día”, revela.
Duerme donde le agarra la noche; a veces en cuartos de hotel oen cualesquier rinconcito, bajo una obra en construcción, al pie de una iglesia, e incluso en la banqueta. Afortunadamente carga también una tabla que recuesta en el mismo “diablito”, el cual convierte en cama.
“Hay que hacer las cosas derechas. Yo no tomo ni me drogo; tampoco he robado; y si todos amáramos a Jehová quien es el Altísimo dueño del mundo, se acabaría la corrupción; no habría tantas balaceras ni gobiernos ladrones. Su hijo Jesucristo es la luz del mundo”, subraya Simón Santiago, antes de encaminarse a la presidencia, en busca de un empleo.
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