Debió haber sido a finales de noviembre de 1981. Tenía apenas tres meses de haber egresado de la licenciatura en Turismo y empecé a buscar algunas opciones de empleo, siendo entonces que decidí viajar a Guadalajara a probar suerte en los hoteles.
En un solo día solicité entrevistas con los titulares de Recursos Humanos de al menos tres hoteles. El primero de ellos fue el Aranzazú, bien lo recuerdo. Después acudí al Roma y más tarde al Fénix.
Al siguiente día continué con esa travesía. Ansiaba encontrar empleo a como diera lugar. Fue así que entregué solicitudes en el Fiesta Americana, en el Roma y en otros tres o cuatro hoteles. Al final de cuentas me aceptaron en el “De Mendoza” cuyo establecimiento se ubica a un costado del Teatro Degollado.
Mi primer empleo dentro del ramo del turismo fue como recepcionista de éste hotel. Mi jefe inmediato era mujer, de rostro agradable, tez blanca y estatura regular. Usaba lentes y vestía impecable. Creo que cumplí cabalmente con mi labor. Pero no fue mucho tiempo el que permanecí en Guadalajara; si acaso cuatro o cinco meses.
De ahí regresé a Ahuacatlán porque había surgido otra oferta de trabajo, dentro de la administración pública; y a los dos años fue que me nombraron Gerente del Hotel Corita, en Tepic.
Pero, regresando a mi breve estancia en Guadalajara, recuerdo que, al apersonarme en el Hotel Fiesta Americana –ese que está junto a la Glorieta Minerva- avisté en el lobby a un joven que custodiaba un par de hombres entacuchados.
Era un muchacho delgaducho, de modales finos. Así lo percibí mientras lo conducían al estacionamiento; pero su rostro se me hizo conocido. ¡Creo que es Juan Gabriel!, dije para mis adentros, mientras seguía con mi vista a ese muchacho.
Al pasar junto a mí me atreví a preguntarle: “¿No es usted Juan Gabriel?”… “Sí, buenos días!”, contestó. Fue todo lo que pudo decirme. Después comenté el suceso con el recepcionista de turno, quien también se veía impactado.
Su presencia en el citado establecimiento me hizo recordar mi paso por la Casa del estudiante, en Tepic. Ahí aprendí algunos acordes de guitarra siguiendo las enseñanzas de mi paisano y compañero de universidad, Saúl Robles.
Con los círculos de do, de sol y de re, tocábamos las canciones que normalmente se cantaban en las serenatas, como Despierta, Cerca del Mar, Página Blanca, Corazón de Roca y Mi Plegaria, entre otras; pero también aprendimos a tocar precisamente algunas canciones de Juan Gabriel.
De esa forma, Saúl nos enseñó “No tengo dinero”, “Siempre en mi mente” y “Caray”, entre algunas otras. ¡Cómo me encantaban esas canciones!; y no solo esas, sino muchas otras. Al menos las más famosas del ídolo de Ciudad Juárez.
Viene a colación lo anterior ahora que se cumplieron dos años de su fallecimiento; pero yo tengo aún bien grabadas esas tres palabras que usó para responderme: “Sí, buenos días”.
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