PLANETA ARISTA (1970) SEGUNDA PARTE
RIGOBERTO GUZMÀN ARCE.
6.-CANICA
No pude cruzar invicto el lago, océano, río caudaloso de los apodos. Un niño flaco y amarillento se salvó a pesar de todo, alguno que me hiriera y me dejara marca, huella para siempre. Me pudieron poner tantos, que no les propuse ideas. En el barrio, en la calle entre las tardes y noches de temporadas de juegos, hubo una de las pasiones que duraban unos días o se alargaban según la profundidad y el tamaño de envase de vidrio o la novedad siguiente, cuando se aparecía el trompo, el yo-yo. Nunca supe quién era el que iniciaba con la moda y quién dictaminaba su terminación. Pienso que los comerciantes o los mercilleros de los portales Juárez cuando ponían en exhibición las cajitas de cartón del juego según las estaciones del año. A guardar lo que nos sobraba para la siguiente temporada de la cartelera Arista o en la escuela Benemérito de las Américas. Ese juego, el de las canicas de barro, el de los caicos y champolotones de vidrio consistente, el imaginar que jugaba con diferentes planetas de colores y brillantez, en el espacio de tierra, el movimiento directo y golpear con dureza o suavidad para sacar la picha del cuadrito y del círculo, arrodillado entre la dureza de las piedras; fue el causante de mi bautizo colectivo porque ya estábamos en la espesura de la noche y aún quería seguir jugando. Me la pasaba practicando en el corral para tener la puntería fina, poniéndome brea natural, tierra, utilizar el cocón y en el pasillo de la casa de la abuela poner
una formación de canicas para atinarles desde lejos. Guardaba celosamente mis envases llenos y en un parpadeo y rachas de mala fortuna, me ponían triste porque se iban vaciando. Estar atento al agandalle de los amigos mayores de la palomilla de la cuadra cuando de manera sorpresiva gritaban “llegó el arrebato”, y nos quitaban las canicas en plena acción. Ese juego me fue borrando mi nombre Rigoberto, pero conservé el Beto para mis íntimos y la comuna como un reguero de pólvora supo que El Canica existía. Creí que con agua bendita, y un millón de ruegos al cielo se me iba a quitar. Pensé que sería como el simple juego de estación, que el tiempo borraba todo. El apodo quedó.
7.-CONEJOS
Antonio, mi hermano, llegó una mañana con un par de conejos, macho y hembra. Blancos y afelpados, pequeños y nerviosos. Les temblaba el cuerpo en el cobijo de los huecos unidos de las palmas de la mano. Felices les dábamos de comer zacate, zanahorias, huevo frito y lo que podían comer. Dormían con nosotros a pesar de los pesares. Les recortamos un cartón para que fueran sus casas y les pusimos como piso, pedazos de sábanas viejas. Estamos encantados porque pocas veces tuvimos oportunidad de tener una mascota distinta que no fueran los gatos. Levantaban su trompa y la nariz la revoloteaban cuando los abrazábamos y los ojos los abrían enorme para explorar el territorio, sus orejas como radares ante el peligro. Fueron creciendo y se multiplicaron en poco tiempo y se fueron comiendo los muebles de palma y carcomieron las bardas del corral porque eran de adobe y fueron haciendo cuevas. Ya no podíamos caminar sin tropezarnos con ellos. Ya eran veinte y se convirtieron en una
plaga hasta que mi padre dio la orden y tuvimos que regalarlos todos porque la disyuntiva: la casa o ellos. Sentí como hubiese llegado a nuestras vidas un sueño blanco que desapareció.
8.- REVISTAS
A una cuadra, en la esquina, por la Moctezuma y Marina, don Miguel Sánchez tenía su puesto de alquiler de revistas y su vendimia de pepinos tiernos, rebanadas de jícama y piña, tajadas de coco, fruta que guardaba en una vitrina. También vendía jarros y ollas de barro y al fondo por un pasillo se veía los montones. Era nuestro oasis. En la Jiménez vivía don Enrique el que alquilaba los cuentos en el portal de la Madero, entonces el hombre que siempre traía chamarra era la continuación de nuestra pasión y sacudida por leer las historias de Memìn Pinguìn, Ring Mundial, Kalimàn y Lágrimas y risas y amor. En una estructura de madera y alambres, sujetadas con ganchos para ropa, estaban relucientes los números de nuestras alegrías y sentado en una de las bancas sin respaldo, comiendo fruta, se encendían en una esquina reposada nuestras mayores imaginaciones. Así pasaba con tranquilidad los atardeceres y en el cemento entraba el amarillo por las dos puertas de madera y sus ranuras. Bella época cuando el bolsillo se quedaba sin monedas, pero el regreso era nuestro mayor tesoro: la lectura.
9.-LLUVIAS
Escuchaba de noche la radio, un pequeño radio de color rojo que lo ponía en la almohada y otras veces cerca de mis ojos para cambiar la sintonía. Presagiaba tormenta y tronaba el sonido y las interferencias eran abundantes. Afanoso buscaba canciones en la
galaxia musical esas palabras de amor que me contaran lo que se siente al despertar de los sentidos. El querer besar, sentir los labios tibios, delicados y el profundo silencio de ojos cerrados. A oscuras en el cuarto, mientras la luz tenue de la cocina porque mi madre cenaba. Golpetean las gotas como si fuera un tren en movimiento o un tamborileo de advenimientos ancestrales de la lluvia que incrementaba su precipitación hasta que apagaba el radio y seguía con la música maravillosa de la tormenta. Tu rostro de preciosura aparecía…continuará el próximo viernes.
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