“La sangre llama a la sangre”, escuché que dijo hace dos o tres días la famosísima actriz Maribel Guardia en una entrevista que se transmitió el pasado fin de semana por el canal de las estrellas. Ella se refería a un inesperado encuentro que sostuvo con un hermano que no conocía y del que dijo, era un clon de su progenitor.Unas lágrimas se vieron escurrir por sus ojos cuando lo estaba contado. Su rostro denotaba una alegría indescriptible, pero yo me transporté entonces a los primeros días de diciembre de 1988, cuando conocí por mi parte y por primera vez también a mi prima Gabriela Nieves, hija de mi tío Lupe Nieves.
Lo anterior ocurrió por el rumbo del Valle de San Fernando, un poco más allá de Los Ángeles, California. Sin conocernos, entre avenidas y centros comerciales, sorteando autos a diestra y siniestra; en medio de gringos, mexicanos y centroamericanos, obedeciendo únicamente a la descripción que de uno y otro conocíamos a través de la vía telefónica, logramos contactarnos físicamente. La sangre llamó a la sangre. Así fue como nos conocimos y ha sido éste uno de los episodios imborrables en mi vida.
Yo había traspasado la frontera mexicana días antes y de manera ilegal; digamos, por orgullo, porque la idea original había sido internarme en los Estados Unidos con la finalidad de tramitar la Green Card y así poder ingresar con documentos en regla.
Los gringos rechazaron mi solicitud, pero yo, picado por el orgullo me dije a mi mismo: “¡Ahora paso porque paso!”; así es que pagué los servicios de un coyote y de esta forma pude por primera vez pisar la tierra del Tío Sam, hasta llegar a Los Ángeles, cobijándome en el domicilio de mi primo Abundio Aguilar situada en La Second St., casi en el cruce con la Wilshire Avenue, en el mero centro de la ciudad.
Una tarde de lluvia decidí comunicarme con mi prima Gabriela utilizando la vía telefónica. Insisto, ni ella ni yo nos conocíamos físicamente. Por eso y con el fin de despejar mi curiosidad quise sostener un encuentro con ella. Le expliqué de quién era yo hijo y también mostró su disposición para conocerme. “Traigo un pantalón de mezclilla color azul y playera roja”, recuerdo que le dije. Gabriela me indicó que iría vestida con jeans y blusa verde y que me esperaría dentro de un automóvil sedán color gris cuya marca no regreso.
A eso de las seis de la tarde me desplacé de Los Ángeles hacia el Valle de San Fernando en un camión urbano. Gabriela me había explicado en qué punto debería yo bajarme dándome algunas referencias.
La lluvia no cesaba y de pronto me vi entre puros gabachos. Eché e andar mis pocos conocimientos del idioma inglés para preguntar algunas cosas, siendo de esta manera cómo pude descender del camión justo en el sitio que me había indicado mi prima.
La lluvia golpeó mi cuerpo al bajar de la unidad. Corrí hacia el frente, me mezclé entre los autos buscando afanosamente el de Gabriela. Había muchos vehículos con las mismas características narradas por mi prima. Ella estaba adentro, pero algo muy dentro de mí me condujo exactamente hacia su vehículo. Gabriela bajó la ventanilla y me gritó, “¡Francisco!”. Alegre le respondí, “¡Gabriela!”… Nos fundimos en un abrazo y de ahí me condujo hacia su domicilio.
Las atenciones que recibí, sobra decirlo, fueron muchas. Hicieron cena especial y estuvimos conversando por espacio de tres horas. El regreso a Los Ángeles ocurrió poco después de las 10 de la noche. Seguía lloviendo. Llegué al centro temeroso por las pandillas que deambulaban por la zona. Cuando estuve de nuevo en casa respiré tranquilo y con la satisfacción de haber conocido a mi prima Gabriela y a sus hijos.
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