Un viaje al corazón de la memoria, donde las paredes azules siguen hablando.
TEPIC.
De pronto, me perdí. Sabía que rondaba cerca, pero no lograba ubicar aquel inmueble que me dio cobijo durante los primeros años de mi carrera profesional, en Tepic.
Sí. Me refiero a la Casa del Estudiante, aquella finca azul ubicada allá por el rumbo de la colonia del Valle y la Ciudad de la Cultura, junto a la Universidad.
La busqué con ansiedad, como quien persigue un reflejo que no quiere desvanecerse.

Ansiaba volver a ver sus ventanales, aquellos que recubrían la zona de la cocina, testigos de largas charlas, de risas juveniles y de los aromas de los guisos que nos mantenían en pie. Era la época de los años 70’s.
Hoy, la Casa del Estudiante sigue en el mismo lugar, aunque más moderna, rodeada de casas, edificios, comercios e instituciones.
Pero en mis recuerdos estaba en la orilla, rodeada de matorrales y cañaverales, como un refugio casi escondido donde nacían los sueños.
Hace apenas unos días, en mi reciente visita a Tepic, intenté volver a aquellos tiempos. Me costó ubicar la Casa del Estudiante. Todo está transformado.
Sin embargo, en cuanto me paré en esa esquina, mi memoria me llevó de inmediato al camino de antaño: la vereda desde la cual podía divisar el Mesón de los Deportes y el famoso Óvalo.
Volvieron a mi mente los camiones urbanos que nos transportaban: “La Cruz, vía Veracruz”, el “Llanitos Mololoa”, el “Vía Estadios”, distinguido por su color amarillo. Y me pregunté, casi con un nudo en la garganta: ¿Qué habrá sido de la tienda de don Luis?
Ya no estaba. En su lugar, una florería y un salón de belleza ocupaban el espacio que alguna vez fue punto de encuentro y abastecimiento.
Recordé entonces a las cocineras de la Casa del Estudiante, siempre atentas, y a mis compañeros, con quienes compartíamos aquella beca tipo “A” que tanto presumíamos. Éramos privilegiados. Y aunque no lo sabíamos, estábamos escribiendo una historia común. Una generación de jóvenes que con el tiempo se convertiría en figuras importantes en distintos ámbitos.
Frente a la casa, no pude resistir. Tomé algunas fotografías, tratando de atrapar en ellas no solo la imagen del edificio, sino la emoción de volver a ver mi añorado refugio juvenil.
La Casa del Estudiante en Tepic no es solo un lugar. Es un pedazo de vida, un corazón azul latiendo todavía en la memoria de quienes tuvimos la fortuna de llamarla hogar.
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