Abuelo: Ni fotografías en el álbum familiar ni en la estancia. Sólo tu nombre es pronunciado de vez en cuando pero eso basta para conocerte e imaginarte a mi manera. Se dice que mis ojos son como los tuyos, que mi caminar, que mi pelo, que mi carácter ¡¡uf!!, tantas cosas y tantas veces que me identifican contigo, que aunque no se den cuenta que te quiero por el hecho de no haberte conocido, ¡Te quiero Abuelo!
Retrocedo el tiempo y me imagino sentado a tus pies o sobre tus rodillas, escuchando de tus labios todo eso que guardan los viejos en espera de que alguien los escuche, estimule, para dejar escapar de su mente y su pecho sus vivencias, sus historias, sus leyendas.
Cómo me hubiera gustado haber tocado tus manos que como las de todos los ancianos, tienen calor especial, están llenas de bendiciones, marcan un rumbo, se convierten de pronto en mariposas con ansias de volar. Acarician dulce y suavemente el cabello, el rostro, la piel.
Tu rostro Abuelo, debió ser como el de todos los ancianos marcados con múltiples surcos por cada placer o por cada sufrimiento. Los primeros en las mejillas. Los otros en la frente, en el ceño.
Los ojos Abuelo, de cualquier anciano, son en verdad la ventana del alma y por ella asoma la personalidad de antaño; si sufrieron mucho o si tanto amaron, pero no hay rencor, atrás quedaron las cosas negativas, sólo hay perdón, bendición y afán de comprensión, afán de seguir entregando a los demás, amor y experiencias.
El anciano camina lento, se fatiga pronto, pero en su interior alberga el otro ser, el impetuoso, el que quiere encender una hoguera para incinerar lo negativo y que de esas llamas brote sólo el amor. En el anciano habita el otro ser, el que se comunica con Dios.
El abuelo sólo requiere le sigan proporcionando satisfactores necesarios a su edad, sentirse parte del núcleo social y familiar, recibir el cariño de los demás, y que los demás acepten el consejo, le escuchen sus trilladas historias, acepten la bendición y caricia de sus manos pigmentadas y temblorosas, pero de suavidad y calidez incomparable. El anciano quiere ser escuchado y respetado.
Abuelo: he sentido tu beso cuando estoy dormido, que acaricias mi pelo y mi rostro y todo eso. Aunque ya soy adulto me hace sentirme niño. Oigo tu voz cuando hay peligro, siento tu bendición cuando salgo de casa, tu consejo (aunque me digan que es intuición) cuando lo he requerido.
Abuelo, te veo en cada anciano. En mis sueños estas presente y me alegra que en el diario bregar me digan: Haz esto, haz aquello, muévete, ¡te pareces al abuelo!
Aunque esto lo escribí hace muchos, muchos, años pues ahora también soy viejo. Sigo viendo en cada anciano, al abuelo que no conocí, pero sí a mi tío Chavelo, de Zoatlán, que me daba el cariñoso trato como si hubiera sido yo su nieto. ¡FELICIDADES A LAS ABUELITAS Y ABUELITOS EN SU DIA! escanio7@hotmail.com
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