ENRIQUE ESCANIO ANDRADE
Madre, te leo esta carta no con la intención de perturbar tu descanso eterno en ese lugar, a donde van las almas privilegiadas que dignamente transitaron por este mundo y que por ello, el todo poderoso las premia.
En esta misiva te expreso la intensión de seguir manifestándote todo mi amor que será por siempre.
Mamá, están frescas en mi memoria tus últimas expresiones de amor que me manifestaste antes de tu partida a ese plano divino. En segundos de serenidad, en la antesala de la transición, como despedida me dijiste:
– “¡Hijito, me voy, Dios me llama; te quiero mucho!
Por mis pómulos desde antes ya se deslizaban las lágrimas, me incliné y te di un beso. Caíste en un sopor profundo y mis pensamientos se trasladaran a muchos años atrás, a mi lejana infancia. Y es que tan amorosas palabras tenía mucho tiempo que no las escuchaba, que no ingresaban a mis oídos y recordé tu antaño joven figura, cuando me “arriabas” – así nos decías para que nos apuráramos en algunas de las tareas que nos encomendabas -.
En ese retroceder de los años en mi mente, volví a recordar tu voz:
– Ándale hijito muévete, ya se ti hizo tarde para ir a la escuela, lávate la cara, límpiate los oídos, las lagañas, lávate las manos, vente a desayunar… Y al regresar de la escuela: ¿Cómo te fue, cómo te portaste, te dejaron tarea? luego voy a preguntarle a tu maestra.
A tales palabras: “hijito te quiero mucho”, nunca le encontré tanta armonía tanta musicalidad como la que escuché ese día, cuando tu agonía estaba próxima y tal expresión “hijito” aquí en mi pecho y en mi alma quedarán grabadas por siempre. ¡Ah!, cuantos años pasaron desde la última vez que las dijiste, desde cuando fui niño, y hago una pregunta sin respuesta: ¿Por qué la volviste a pronunciar hasta el final de tu existencia?
Ello me sirve ahora para no guardar sentimientos que tenga que expresar a mis seres que tanto quiero, no esperar a que llegue el momento de la expiración para decir que los amo, lo tengo que decir cada vez que sienta ese deseo de manifestarlo.
Madre, terrenamente ya no estás, tu alma se desprendió hace tiempo de tu cuerpo, de ese cuerpo que con enfermedades y achaques te hizo sufrir mucho para pasar al plano divino, en donde no hay necesidades qué satisfacer, en donde no hay que pactar para sobrevivir.
Allá estás Madre y yo te sigo recordando con gran cariño. De vez en cuando una lágrima se me escapa, sobre todo porque quedaron preguntas sin respuestas, y los recuerdos de tu partida. Algunos me laceran el alma y otros me llenan de aliento, tanto que quiero permanezcan por siempre frescos en mí, porque fueron impregnados de tu tierno amor.
Madre, ahora reconozco: ¡Qué forma de desperdiciar a veces nuestra existencia!; ya soy viejo, demasiado viejo y llevo a cuestas un baúl de recuerdos, que poco a poco he ido aligerando, pero me hubiera gustado saber si cumplí con tus expectativas.
Cuando yo era niño, sin duda me visualizabas como un hombre hecho y derecho, quizá con un buen oficio, una carrera profesional, títulos, cierta posición social etc., etc., y al final Madre, ¿Cumplí contigo? Creo que no, quizá no fui lo que anhelabas. No fui el mejor hijo, el que muchas veces soñaste.
Yo como muchos desperdiciamos nuestras facultades, nuestras habilidades, cualidades o talentos, y cuando hacemos un balance de nuestro recorrido terreno, nos damos cuenta de cuánto tiempo hemos desperdiciado y que no es recuperable. No se si te defraudé, Madre, pero es demasiado tarde para tal pregunta. Sin duda dirías: “hijito, te quise y te querré tal cual eres”.
Al siguiente día, el 7 de octubre del año 2003, en el cortejo, nuestros pasos camino al templo eran lentos, como es la tradición en mí querido pueblo. Del firmamento caían incesantes gotas de lluvia que se fusionaban con mis lágrimas que se deslizaban por mis mejillas. Después de los oficios religiosos nuestros pasos iban dirigidos al cementerio de mi querido pueblo, Ixtlán, en donde finalmente fueron depositados los restos de mi madre, juntos con los de mi padre, quien años atrás también había partido.
El cortejo no desistía ante la implacable llovizna. Así es mi gente, así es mi pueblo que al igual que disfruta de festividades, de convivencias sociales, se solidariza con los demás en momentos de angustia y dolor. Ese día, la tierra cual manto fraternal cubrió el féretro con los restos de mi Madre que se impregno con la fusión de las gotas de lluvia y nuestras lágrimas.
Este diez de mayo, recuerdo a mi madre y le patentizo mi amor por siempre. ¡Feliz día de las madres! escanio7@hotmail.com
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