Intrigado por el nombre de la obra, asisto este martes a la Casa de la Cultura. Saludo a hombres y mujeres que se identifican con la geometría de la izquierda. Juan Carrillo y si hijo del mismo nombre, Fredy Magallanes, Fidencio Mojarro y su esposa la maestra Rosa, Pablo Balbuena, Enrique Berumen, Jorge González, don Guillermo, Ricardo Cambero, Mago, Rouss González, Amada Navarro, Marisol Sánchez y el anfitrión de este evento: José Luis Sánchez González.
Estamos sentados esperando la tercera llamada de rigor por parte de Pablo, el cual nos presenta una breve semblanza del personaje que nos visita. Me remonto a mis años juveniles y rebeldes que en lugar de mortificarme por el futbol me ponía a discutir filosofía con el o la que se dejara, para aliviar mi alma.
Leía como desesperado sus libros y las obras cumbres: El Manifiesto Comunista y El Capital en mi andadura de inquietudes. Aquí estamos cerca de cincuenta personas escuchando sobre la propiedad privada de los medios de producción, una lección que regresa atemporal para los conocedores y los sensibles. Carlos Marx implacable como un fantasma que recorre el siglo XIX y XX en Europa, el materialismo dialéctico y el histórico cuando temblaban los terratenientes y los dueños de las riquezas ¿Marx ha muerto? Lo tenemos en este recinto.
Llega vestido de negro con camisa blanca, un traje antiguo sin corbata, ni moño. Pelo y barba blanca. Abre su maletín sobre la mesa de mantel café y deposita su libro cumbre de pasta verde, periódicos, una cerveza y el tarro. Paciente destapa la botella e inicia el monólogo.
Retorna desde sus entrañas, al siglo XXI, tercer milenio y año 2016 y aunque tenemos avances tecnológicos, nos esboza la miseria, el desempleo, puños de limosneros por las grandes ciudades. Nos repite: “he vuelto, Carlos Marx ha vuelto… ¿creyeron que estaba muerto?”.
Evoca sus primeros escritos en un periódico en Alemania y lo censuran y les cierran el diario. Se exilia en París. Tose para demostrar que está enfermo de tuberculosis. Nos expresa su temor de que triunfe la revolución de los trabajadores y que los necios, ignorantes, la distorsionen con pelotones de fusilamientos y que se requiera de dos, tres revoluciones para volver a limpiar los sueños. Se pregunta que si hay algo más aburrido que leer y escribir economía política. Se rebela y lanza una dura crítica a los que han torcido las esperanzas.
Desnuda que “el progreso” no existe cuando hay gente que duerme en las calles. Lacerante es cuando nos pregunta, saltando entre siglos, que dónde está el PIB de Estados Unidos que es de 16 billones de dólares ¿quién los tiene? Y nos contesta que unos cuantos millonarios concentran la riqueza mientras hay cientos de miles de desempleados que buscan el seguro de cesantía porque no tienen ni para comer ¡Y dicen qué mis ideas han muerto!
Presenta un panorama desolador porque el dinero nos hace y nos ve como mercancía. Me fijo en mis sentimientos, mis escritos de versos, las emociones íntimas y me duele que así sea en este mundo caótico por las monedas de cambio. Nos confiesa sus crisis familiares por falta de dinero, deudas, la muerte de sus hijas que ni siquiera tenía para comprar el ataúd, las lágrimas y enfados de su esposa Jenny. Los empeños y llega Federico Engels a su vida y la hermandad.
Marx ateo cantando villancicos frente a un árbol de navidad imaginario, para clamar sus dolores brutales de su miseria en las noches heladas de Londres. Los juegos de ajedrez, las tardes populares del domingo, las lecturas a Shakespeare y la música de Mozart.
Van treinta minutos del enriquecedor monólogo y estamos atentos sin pestañear ni parpadear cuando cae la tarde y nos atrapan nuestros propios pensamientos, nos conectamos en sus palabras que son electrizantes y nuestros senderos cuando la revolución era nuestra mayor pasión y viajo a Managua cuando el pueblo armado derrotó al dictador en aquellos años de hermosura y sangre derramada…
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