Sin prelación alguna, estas son las palabras que pienso cuando intento describir a la era actual: cosificación, enajenación, materialismo, civilización del espectáculo, light, pragmatismo, hedonismo, egotismo, banal, globalización, aculturación, gadgets, web 3.0, 2 Timoteo 3:1-5, estrés, Estados Unidos, dinero, divorcio, sexo, contaminación, guerra, barullo, bullicio, falsedad, tedio, consumismo, enfermedad, inconformidad, desempleo, desigualdad social, corrupción… esperanza.
Habría muchas palabras más que podríamos repasar en nuestra mente, teniendo presente lo que nos envuelve en este mundo vertiginoso. Ahora mismo pienso en los cohetes que retumban en el cielo. Tal vez así sea nuestra vida, comienza con un chispazo y en un abrir y cerrar de ojos nos desintegramos, dejando volátiles una parte de nosotros hasta que, finalmente, se pierda nuestro recuerdo no después de muchas generaciones.
La felicidad se hace imperiosa para resistir lo que en el existencialismo se denomina el “desamparo”, ese libre albedrío que muchos convierten en libertinaje porque no reparan en la responsabilidad que implica vivir de, por y para otros; trátese de Dios, familia, vecinos o incluso hasta de una partícula minúscula en el fondo del mar.
Asirse de esta buenaventura requiere predisposición, esfuerzo y no mucha reflexión. Quien le da muchas vueltas al asunto termina por frustrarse. En un instante se le puede encontrar, y en un instante se le puede perder. No hay mucho que pensar.
Con todo, el contentamiento viene cuando hay orden, y para desentrañar ese orden el razonamiento es nuestra mejor herramienta. Meditar por ejemplo en la armonía del cosmos nos ayudará a vincularnos con ese poder y sabiduría que fue capaz de crearlo. Y así llegaremos con Dios.
¿Intrincado? Puede ser, pero quienes se afanan pueden disfrutar hasta de vivir sin manos y pies, postrados en una cama de hospital y esperando el momento final.
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