“La muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano en cambio la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos, aunque en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de otros”.
De este modo tan sutil, el extinto escritor mexicano Octavio Paz resume parte de la idiosincrasia del mexicano en torno a la muerte.
Pero, a pesar de que son algunas de las definiciones que en torno a la muerte dejaron en el paso de los siglos decenas de filósofos y pensadores en general, quienes se preocuparon por encontrar una respuesta creíble, los avances y grandes descubrimientos tecnológicos, no han logrado encontrar hasta el momento una contestación, más allá de los límites naturales, sobre la muerte, aunque este fenómeno cayó en las últimas décadas en la comercialización, propiciada en parte por los medios de comunicación y las tendencias consumistas y de libre mercado.
Cada quien puede tener su propia opinión respecto a la muerte, como es el caso de “Mingo el Camposantero”, como se le conoce al actual guarda panteón del cementerio de Ahuacatlán, quien la vez anterior que conversamos me comentó que la muerte le inspira mucho respeto, a pesar de que a fin de cuentas “todos nos la vamos a enfrentar”.
“No hay que buscarla – señaló esa vez –; tenemos que esperarla, pues se le ha perdido el respeto a la muerte porque no nos respetamos ni nosotros mismos. Incluso a los propios cementerios se les perdió cualquier consideración”.
Comentó que en muchas de las ocasiones en el propio panteón se encuentran parejas de novios que simplemente asumen actitudes impropias del lugar, además, los adolescentes ya no respetan ni las tumbas y lo peor del caso es el vandalismo tan generalizado en los últimos años.
El buen “Mingo” apuntó que una de las cosas que más lo sensibilizan es la muerte de los niños, pues se trata de seres que no buscan quedar bien con los demás y ellos lo sienten sin ningún otro fin.
Por su parte, don Nicolás Candelas, quien durante muchos años “cuidó el panteón de Ixtlán, señalaba que una de las cosas más curiosas es el comportamiento de la gente, “pues hay quienes se lanzan a la tumba al momento del entierro de su ser querido. Sin embargo, cuando salen del panteón y ya pasó el difícil trance de la separación del cuerpo, se ríen y siguen su vida como si nada”.
Se preguntó si en muchas de las ocasiones el pariente del difunto realmente se quería ir con él o su actitud era sólo para quedar bien con los asistentes.
Decía Don Nicolás que en ocasiones hay personas que incluso los quieren golpear al momento de bajar el ataúd a la fosa, por lo cual los dolientes nunca piensan en la labor que como personas realizan, además de la labor social que llevan a cabo.
Y en una ocasión que visitó a las oficinas del Express Regional, narró que una de las anécdotas que más recordaba fue cuando hubo necesidad de sacar el cadáver de una caja, en vista de que no era posible bajarlo a la cripta familiar por el tamaño del estuche fúnebre… “Fue necesario que algunos ayudantes bajaran hasta el fondo y recibieran el cuerpo… Tuvimos que sepultarlo amarrándolo por fuera y pasándolo por unos ventanales”, refirió con enfado.
“La muerte es muy bonita sabiendo vivir la vida – comentaba – porque si uno no sabe vivir entonces uno anda buscando la muerte”.
“Hay cadáveres que en su rostro nos lo dicen todo de su fallecimiento, cuando mueren de muerte natural, cuando los asesinan o se suicidan. Unos tranquilos con la muerte, otros pues se les ve que dejaron algún problema o conflictos para la familia”, explicaba.
Y agregaba: “En el rostro del cadáver es cuando se da todo, sucede eso, quedan con el problema y no descansan a gusto, en otros casos se les ve una tranquilidad como si estuvieran durmiendo profundamente, ahí es donde se les nota, el problema que dejaron”.
En tanto, Pancho, un embalsamador que presta sus servicios a una conocida funeraria de Ixtlán del Río, comenta que lo mismo le ha tocado “levantar” cuerpos de personas que fallecieron a causa de las drogas, homicidios, suicidios, accidentes automovilísticos y carreteros, así como cadáveres arrastrados por el tren, “nos llegan hechos pedazos”.
Narró que cuando empezó en esta labor lógicamente no estaba acostumbrado y comenzó a familiarizarse y perder el miedo a la muerte en forma paulatina. “Es como cuando entras a un trabajo nuevo y entras todo cohibido, que no le habla uno a nadie y sin saber nada”.
A partir de ahí, añadió, uno empieza a perder el miedo, a la semana uno pierde cualquier temor con los cadáveres. “Sí, lógicamente, tenía miedo, pensando que no era mi familiar y que era un muerto, sentía como si se levantara o me jalara, es lo que se le viene a uno a la mente”.
Estas son pues algunas referencias relacionadas con la muerte externadas por gentes que viven muy de cerca y con mucha frecuencia al lado de los “muertitos”… una labor que no todos podemos asumir, ¡Solo los valientes!
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